FINAL

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Cuando el barco que nos rescató, el Carpathia, llega al puerto de Nueva York la noche del 18 de abril, somos recibidos por una multitud que jamás habría creído posible. Cae una lluvia torrencial, pero eso no consigue desanimar a los miles de curiosos que han venido a ver a los supervivientes del hundimiento del Titanic. Los que acarrean cámaras son sin duda periodistas. Uno de ellos incluso se tira al agua en un intento por que el barco le recoja y de ese modo conseguir una exclusiva. SoMin y yo contemplamos toda esa algarabía desde nuestro mirador privado: un ojo de buey situado dos niveles más abajo. Estamos en un agradable camarote cedido amablemente por pasajeros del Carpathia. Aunque los médicos no se mostraron demasiado optimistas conmigo cuando me subieron del bote salvavidas, SoMin me envolvió con varias mantas y me obligó a beber una taza de sopa caliente detrás de otra, hasta que finalmente le pregunté si quería matarme de una indigestión. En ese momento comunicó con satisfacción a los médicos que si ya estaba lo bastante fuerte para ser grosero, también lo estaba para vivir. Aunque todavía me encuentro débil, ahora ya puedo caminar un poco, por lo que supongo que tenía razón.

—Vamos —le digo —Nos abriremos paso a empujones si hace falta. No pienso volver a subirme a un barco en lo que me queda de vida.

—Aguarda. Los pasajeros de primera y segunda clase tienen preferencia —Es cierto. Observamos cómo los demás supervivientes descienden, perfilados contra las lámparas de flash, muchos con su abrigo de pieles, la única pertenencia que lograron salvar del Titanic. La mayoría son mujeres, pero más hombres de primera clase de los que pensaba lograron salvarse. Algunos hasta subieron a los botes con sus perros; una mujer desciende toda ufana con su pequinés en los brazos. Hay una chica pelirroja de mi edad que ayudó a SoMin cuando me dejaron en la cubierta y que por lo visto es la ahora viuda de Jack Dawson. Está Margaret Brown, la americana de armas tomar que, al parecer, tuvo que rescatar su bote de la ineptitud del marinero que debía manejarlo. Y Bae Hani en brazos de la amable mujer a la que la entregué la noche del naufragio. Hemos podido hablar esta mañana; ha enviado un marconigrama al vizconde Bae, quien viajará a Boston en cuanto pueda para recoger al único miembro de su familia que sobrevivió al naufragio. Observo cómo la pequeña Hani se pierde en la multitud, el último vínculo con mi pasado. «Por lo menos pude salvarla a ella, pienso. Por lo menos pude hacer eso» Pero solo es una vida, un rescate. Ayer, mientras me revolvía en mi cama entre el sueño y la alucinación, vi morir a todos los demás. Vi a la señora Yoona encogida en un rincón de la suite de los Bae, resistiéndose a enfrentarse al agua incluso cuando esta cubrió las elegantes alfombras y muebles y la engulló por completo. Vi a lady Suzy y a Vernon en un pasillo, contemplando el agua casi con indignación por haberse atrevido a interrumpirles la travesía. Vi a Park Namjoon fumando su último puro en su cubierta privada, consolándose con los recuerdos de la esposa a la que perdió y con el orgullo por el hijo al que creía haber salvado.

Vi a Seokjin en el puente, con el capitán, gritando órdenes hasta el final, confiando en que al cumplir con su deber otros pudieran salvarse. Lo peor de todo: vi a Irene y a Taehyung en medio del oleaje, sin esperanza ya, ella con el vestido y el cabello flotando mientras los dos extendían los brazos, buscándose. Justo antes de que el agua los cubriera se fundían en un abrazo, el último de sus vidas. Esta mañana he paseado por la cubierta apoyándome débilmente en el brazo del médico. Me había dicho que me haría bien caminar. Sin embargo, lo que yo estaba haciendo en realidad era buscar a las personas a las que perdí, aquellos cuya muerte había soñado. Quería que las visiones fueran solo sueños. Pero no estaban. Se habían ido para siempre. No he visto a Jimin, ni en sueños ni en el Carpathia. No soporto pensar en lo que le sucedió. Tal vez mi mente me ha ahorrado esa visión porque la escena de su muerte me habría matado. Y pese a lo mal que me encuentro, mi corazón se empeña en seguir latiendo. «Vive por mí», dijo Jimin, y está visto que así ha de ser. Me dieron un traje nuevo, de color gris, donado por un pasajero del Carpathia con mejores modales que gusto para la ropa, y tiraron el rojo, destrozado la noche del hundimiento. Antes, no obstante, rescaté del bolsillo las dos únicas cosas que necesitaba. La primera, los dos billetes de diez libras, arrugados y todavía húmedos, que Irene me había dado; ahora no lo veo como dinero, sino como un regalo de despedida. La segunda tiene más valor aún. La deposito ahora en la palma de mi mano: el relicario de plata que Jimin me dio la noche que pasamos juntos. Dijo que me protegería; tal vez lo hizo. El rostro de la madre de Jimin me observa. Su marido y su hijo están ahora con ella. ¿Debería consolarme con eso? No lo consigo. SoMin carraspea, y me concentro de nuevo en la pasarela para ver partir a algunos de los oficiales del Titanic que sobrevivieron. Todos permanecieron a bordo hasta el final, como Seokjin, y se hundieron con el barco, pero algunos lograron subirse a un bote salvavidas volcado y se salvaron. Jin no estaba entre ellos. Supongo que a SoMin le atormenta imaginarse a Seokjin luchando en aquellas gélidas aguas, intentando salvarse y estando tan cerca de conseguirlo. Sé que debo ahorrarle palabras amables que interpretaría como lástima. En lugar de eso, la abrazo por detrás y apoyo la cabeza en su espalda. SoMin me frota las manos y se limita a decir: —Siguen frías.

TENEBROSA AQUA   ✧ JIKOOK ✧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora