Un día cualquiera de finales de abril, en el instituto.
—... y es por eso que las matemáticas son tan importantes en el mundo —concluye Armando, orgulloso de su explicación.
Si él supiera que nadie lo está escuchando...
Ayer fue un gran día. Después de que anunciaran los ganadores, comimos, nos dieron un rato de tiempo libre y, después nos fuimos al autocar.
A mi madre casi le da un infarto al verme vendada la frente.
Recuerdo perfectamente la conversación:
—¡Hola, mamá! —grito al abrir la puerta de casa.
Se escucha unos pasos bajar de las escaleras.
—¡Hola! —exclama bajando las escaleras. Cuando me ve, cambia totalmente de expresión—. ¡Cat, madre mía! ¿Qué te ha pasado?
Comprueba mis rasguños ensangrentados.
—Pues... me caí. Me hice estas heridas y una brecha en la frente.
—¡Vamos al médico, ya! —me ordena preocupada.
—Mamá, no seas dramática. Me encuentro fenomenal, no es necesario ir al médico.
No me gusta nada ir al médico, si por mi fuera nunca pisaría un hospital.
—Vale... Ven, te voy a curar las heridas.
Me lleva hasta el baño y saca de un cajón un botiquín. Busca dentro del botiquín y saca Betadine. Con cuidado, me desinfecta las heridas.
Y eso fue lo que pasó.
—Cat... ¡Cat! —me susurra Nuria—. Armando te está hablando.
Pestañeo un par de veces y fijo mi vista en el profesor.
—Catalina Fraga, ¿me podría repetir lo que acabo de decir? —me reta.
No tengo ni la más mínima idea de lo que había dicho.
—Pues cosas de las matemáticas y todo eso.
—¿Podría ser un poco más específica?
—¡Yo que sé! Esta clase es un aburrimiento —respondo impulsiva.
La clase se ríe ante mi comentario.
—Así que te parece aburrida mi materia —comenta ofendido—. Muy bien, vas a tener que presentar un trabajo sobre álgebra, aparte de los deberes que voy a mandar hoy a toda la clase.
Mis compañeros se quejan.
—¡Silencio! —exige el profesor—. Catalina, el trabajo es para mañana. Por tu bien, te recomiendo que te esfuerces o vas a suspender la asignatura.
Asiento con la cabeza. El profesor retoma la clase.
Pues nada, voy a tener que hacer un estúpido trabajo para un estúpido profesor.
En la salida del instituto.
—¡Eh, gato! —grita Bruno mientras corre hacia mí—. Si quieres te ayudo con el trabajo.
¿Lo he escuchado bien? ¿Bruno Tucci ayudando? ¿En algo relacionado con el colegio? ¿Esto es real?
—¿Es una broma? —pregunto incrédula.
—¿Qué? Claro que no. Lo digo en serio.
—¿Y desde cuando eres tan bondadoso?
—¡Oye! ¿Quieres mi ayuda, o no? —exclama enfadado.
ESTÁS LEYENDO
Enséñame a quererte
RomanceCat es una chica de 16 años. Sus padres están separados y, tiene que ir a vivir a Barcelona con su madre. Es muy duro para ella dejar atrás toda su vida. Cuando conoce a Bruno Tucci, un chico mujeriego, despreocupado y, sobre todo, atractivo, se en...