7. Castigo

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Ese mismo día de abril, en el instituto, tres horas después.

Se han acabado las clases. Nuria me ha pedido que le cuente todo lo que me había dicho el director, y eso he hecho. Mía, Dafne, Miriam y yo hemos intercambiado notitas hablando sobre ese mismo tema.

La profesora de plástica ha finalizado su clase y se ha marchado. Se me han acercado varios alumnos, que no me sé sus nombres, a preguntarme qué había pasado. No estoy para charlas ahora. He cogido la mochila y he salido de la clase.

Detrás de mí me siguen Miriam, Dafne y Mía.

—Que pereza volver a clase después de comer —comenta Mía rompiendo el silencio.

—Mucha —admito.

—Cat, mucha suerte. Yo me voy por aquí —se despide Miriam.

A lo lejos veo el coche de mi madre y me despido de las demás. Subo al coche sin ganas. ¿Se habrá enterado ya? Solo es cuestión de tiempo.

Mi madre me mira decepcionada. Pues sí que avisan rápido.

—Catalina Fraga —dice muy seria.

Siempre que dice mi nombre completo sé que me espera una buena bronca

—Me han informado de lo que has hecho —continua.

—Ya.

—¿Eso es lo único que vas a decir? ¿Ya?

—¿Qué quieres que diga?

—Pues disculparte, por ejemplo.

—Perdón.

—Cariño, has estado al borde de la expulsión. Y todavía no sé porqué no lo han hecho. Es tu primer día y ya la has liado.

—Lo siento, mamá.

Mi madre me acaricia el pelo.

—Contrólate un poco, ¿vale?

—Vale.

—No eres una mala chica solo que eres muy impulsiva y eso lo tienes que cambiar o al menos controlar.

—Está bien.

Y sin hablar más, Rosa conduce hacia casa. Cuando llegamos, me bajo rápido del coche y subo a mi habitación.

Me miro al espejo. ¿Por qué soy así? Con lo fácil que es pasar desapercibida.

En este momento hecho de menos a mis amigas. Paula y Sofía siempre me ayudaban cuando estaba de bajón. ¿Y si les escribo? Buena idea.

Hola chicas, no sabéis lo que me ha pasado el primer día de instituto. Soy un caso perdido. Cuando veáis este mensaje  llamadme, os quiero.

Enviado.
Un montón de recuerdos me vienen a la mente, las lágrimas caen por mis ojos. Solo era una lagrimita pero he acabado llorando desconsoladamente, sin poder parar.

De repente, escucho unos pasos subiendo las escaleras. Velozmente, me limpio las lágrimas y agarro el móvil fingiendo que estoy viendo algo muy gracioso.

Alguien abre la puerta.

—Cariño, la comida.

—Vale, ahora bajo.

Vuelve a cerrar la puerta. Me ruge el estómago. Bajo las escaleras y llego a la cocina. Mmm, huele a pasta.

Me siento en la mesa y mi madre pone un plato sobre la mesa. ¡Qué buena pinta! Son macarrones. Me doy prisa en comer para no llegar tarde a la hora de castigo. Eso ya sería el colmo.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora