44. Suelta a la chica

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Un día cualquiera de principios de junio, en una casa abandonada.

Sorprendentemente he podido dormir algo. ¿Dos horas? Tal vez, ¿tres? No lo sé. Algo es algo.

No se pueden imaginar la desesperación y la impotencia que siento al no poder levantarme de esta estúpida silla y largarme de este sucio sitio.

Ojalá poder hacer eso. Solo llevo un día aquí y mi vida es inútil. Me limito a hablar cuando ellos me gritan, comer un trozo de pan por comida, aburrirme todo el tiempo y alegrarme de que sigo viva, por el momento.

Recuerdo el día que fuimos al May Festival, cuando entramos a la caseta de una pitonisa. Ella me dijo textualmente: «Corres mucho peligro. Pronto algo muy malo ocurrirá y tú serás la razón».

¿Ella se refería a esto? En ese momento le resté importancia pero la verdad es que tiene sentido. No lo sé, estoy echa un lío. Estar tanto tiempo sentada me está afectando.

Por otro lado, estoy aterrada de que Jorge o algunos de sus secuaces pierdan los nervios y sea yo quien lo pague. Quien diría que el novio de mi madre en realidad era un loco perturbado.

Solo quiero estar junto a Bruno. Ya ni me acuerdo de por qué me enfadé con él, ni me importa. Solo quiero sentir su calor mientras me da besos y nuestros cuerpos se rozan. Solo quiero estar a su lado y que nada ni nadie nos vuelva a separar.

Porque yo lo amo, sí, amo a ese idiota. Pero él es mi idiota. Y si uno de los dos debe morir, no dudaría ni un segundo. Yo moriría por él. Todo por él. Por Bruno. Por el chico que me hizo sentir lo que pensé que nunca sentiría.

Me despierto de mis pensamientos al escuchar unos pasos acercándose a mí.

Es el tipo bajo. Su rostro es deforme, probablemente por algún accidente de tráfico o alguna quemadura. Se aproxima a mí con una sonrisa vacilona, enseñando todos sus dientes picados.

—Hola, nena.

No tengo fuerzas para responderle, me limito a mirarle asustada.

—No te voy ha hacer nada, solo quiero divertirme un poco, ya sabes —me acaricia la barbilla. Su mano baja y baja hasta llegar abajo de mi cuello.

—¡No me toques! —le doy una bofetada a su asquerosa mano. Eso parece enrabiar al tipo, frunce el ceño y me observa con una mirada asesina.

—Tú lo has querido —tras decir eso le da una patada a la silla en la que estoy sentada y se cae. Me doy un buen golpe en el cráneo. La cabeza me retumba debido al fuerte impacto.

Lo último que recuerdo antes de desmayarme fue ver un gran charco de sangre al lado de mi cráneo y tener a aquel hombro encima de mí mientras se reía como un desquiciado.

Bruno, por favor, sácame de aquí. No tardes mucho más. ¿Dónde estás?

*

Ese mismo día, un rato después.

Cat, no te preocupes. Te sacaremos de allí.

—Mis compañeros están rodeando la casa —me informa el agente Sterk mientras mastica una rosquilla de chocolate.

—Yo entraría ahora mismo y les zurraría a todos.

—Tú ves demasiadas películas —se tapa la boca para ocultar un gran bostezo.

—¿Tienes sueño?

—Ayer ir al gimnasio me cansó.

Le miro incrédulo.

—¡Pero si tú solo me observabas mientras yo entrenaba!

—¿Cómo qué solo hice eso? —se queja—. Me pediste que te pasara una mancuerna de diez kilos y lo hice.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora