37. Hacer las paces

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Un día cualquiera de finales de mayo, en la casa de los Tucci.

El sol que entra por la ventana me despierta. Observo mi alrededor un poco confusa.

Hoy no hay instituto, por suerte. Hay una especie de huelga, la verdad es que no sé el motivo. Lo importante es que no hay clase.

Estoy durmiendo en la misma cama que Bruno. Xavier, Mía y Miriam duermen cada uno en un colchón. Bruno se ofreció y nos dejó quedarnos a dormir en su casa.

Me duele la cabeza. El tequila... Definitivamente, odio la resaca.

¿Qué hora es? Observo la hora de un reloj colgado en la pared. Puedo sonar como una niña de ocho años pero me cuesta saber qué hora es cuando hay un reloj con agujas.

Para asegurarme, agarro un móvil cualquiera y lo enciendo. Son las doce del mediodía. Espera... ¡¿Las doce?!

—Eh, chicos —sacudo a Bruno—. ¡Oye! —le doy una patada a Xavier y otra a Mía—. ¡Despertad! —le lanzo un cojín a Miriam.

—¡Eh!

—¿Qué haces?

—Quiero dormir...

Se quejan todos a la vez.

—Uf —suspiro—. ¡Que son las doce!

Justo en ese instante, sus ojos se abren. Se ponen en pie rápidamente.

—¿Las doce? —Bruno abre los ojos.

—Sí.

—¡Llegamos tarde! —Mía se alarma—. ¡Venga, espabilad!

Me encierro en el baño y me pongo la ropa de ayer. Es la única que tengo.

Salgo del lavabo a toda pastilla. Los demás se visten, se maquillan, se calzan, se peinan, y todo listo.

Bruno me mira de arriba a abajo.

—¿Qué pasa? —observo su reacción—. ¿Estoy mal?

—No, tú siempre estás preciosa —acaricia mi barbilla—, pero tienes una mancha en tu camiseta beige.

Maldigo para mis adentros. No lo había visto. No tengo nada más que ponerme.

—Espera —rebusca en su armario y saca una camiseta azul marino—. Ponte esta.

Me quito la camiseta sucia y me pruebo la de él.

Bruno esboza una sonrisa tonta.

Voy hacia un espejo para verme. Me queda enorme. Se nota que no es de mi talla en absoluto.

—¿Pero qué talla es esta? ¿La de un gigante?

—Casi, casi —sigue mirándome embobado—. Estás muy guapa.

—¿Bromeas?

—No.

Alzo mis hombros con indiferencia. Procedemos a salir de la casa, pero antes, me topo con alguien muy especial.

—¡Cat! —se tira a mis brazos.

—Hola, peque —le acaricio su pequeña cabeza tapada con una gorra.

Chloe me mira de arriba a bajo. Con la misma expresión que su hermano.

—¿Te va un poco grande, no? —señala mi ropa.

—Sí, lo oversize está de moda.

Chloe me observa sin entender nada. Me fijo en su vestimenta. Lleva una remera de color verde a la par de sus ojos. A pesar de la quimioterapia sigue teniendo unas pestañas largas y negras.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora