28. Broma

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Un día cualquiera de mayo, en Barcelona, a la una de la mañana.

Barcelona. Hemos vuelto. Ha sido un vuelo tranquilo, no como el de la otra vez, Bruno y yo lo llamamos «el avión del vómito».

Las calles están completamente vacías, solo se ven a adolescentes bebiendo a escondidas. Ron, vodka, cerveza, lo que sea.

La brisa despeina las hojas de los pocos árboles que hay. El silencio de la noche es atemorizador, aunque también muy relajante.

Eso me recuerda que en primaria, tenía una profesora que todos llamaban «Marga la amargada». Al finalizar sus clases siempre hacíamos un minuto de silencio. El objetivo era estar en silencio absoluto. Aunque pocas veces lo conseguíamos.

Lo que daría yo por volver al colegio, a primaria... Pero, lamentablemente, las personas crecemos.

Cuando somos pequeños tenemos una pequeña obsesión con hacernos mayores; para poder salir con amigos, tener más libertad, vivir solos...

Pero en el momento en el que crecemos, darías todo por volver a tener diez años. Y, es probable que dentro de cinco años quisiese tener la edad que tengo ahora, dieciséis.

Pero así es la vida, está llena de diferentes etapas. Son como «mini pruebas» que tienes que ir superando.

Una voz me despierta de mis pensamientos:

—Gato, hemos llegado.

Es cierto. Enfrente nuestro está mi casa. La misma a la que me instalé por primera vez aquel día.

—Vale, muchas gracias por llevarme a Lisboa. Lo he disfrutado mucho —Tina me sonríe—. Adiós —agito la mano y abro la puerta.

El silencio dentro de casa no dura mucho ya que mi madre corre entusiasmada para verme.

—¡Cat! ¿Qué tal estás? ¿Todo bien? ¿Te lo has pasado bien? ¿Lisboa es muy bonito, verdad? Me encantaría ir algún día. ¡Me alegro tanto de verte!

—Mamá, esto parece un interrogatorio.

—¡Cuéntame todo!

Desde las sombras, aparece una figura masculina.

—Hola —me saluda Jorge acercándose a nosotras.

—Hola —respondo por educación.

—¿Todo bien por Lisboa?

—Sí.

Se hace un silencio.

—Me alegro.

Otro silencio.

—¡Cuéntanoslo todo! —insiste mi madre.

—Bueno, estoy cansada. Voy a dormir —sonrío forzadamente. Después, me dirijo hacia mi habitación.

Casa, dulce casa. Aquí estamos. De vuelta. De repente, me entra mucho sueño. Bostezo. Me dejo llevar y me tumbo en la cama.

Ese mismo día, horas después, por la mañana.

Que envidia me das —suelta Mía—. ¿Todo bien por Lisboa, entonces?

—Sí, todo genial —sonrío.

La profesora de educación física me llama la atención:

—¡Catalina Fraga, deja de hablar y sigue corriendo!

Suspiro y empiezo a correr de nuevo. Una vuelta. Dos vueltas. Tres. Cuatro. Cinco vueltas.
No puedo, no puedo más. Me paro. Cojo aire por la nariz, lo expulso por la boca.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora