39. Plantón

124 6 0
                                    

Un día cualquiera de finales de mayo, por la mañana.

Falta un día para la gran celebración. La boda. Sé perfectamente que se está hablando mucho por nuestro barrio. «¿Esa no es la mujer que abandonó a su familia?» «¿Se va a volver a casar?» «¿Y ese hombre quien es?».

Pero no puedes dejar de hacer lo que quieras por las opiniones de personas que ni siquiera te importan. Eso me enseñó mi madre.

¿Por qué dejar que los comentarios de la gente te afecten?

Por un instante recuerdo a Brenda, mi tía. Me hubiese gustado que viniera pero las cosas se complicaron y no pudo ser.

Lo que está claro es que nadie la echará de menos.

Con toda la gente que ha invitado mi madre... Lo que es curioso es que no viene ningún familiar de Jorge.

Él nos explicó que sus padres murieron cuando era pequeño y que a lo largo de su vida lo cuidó su tío, ahora fallecido. Básicamente que no tiene a nadie. Únicamente ha invitado a algunos de sus pocos amigos. Por lo contrario, mi madre ha invitado a toda persona con la que ha cruzado una palabra.

Imagino que es duro tener esa vida. No tener familia y la única persona a la que apreciabas está muerta.

Desde que me lo contaron intenté ser un poco más amable y más comprensiva con él. Al fin y al cabo no es un mal tipo.

Observo mi muñeca con una sonrisa. Un pañuelo que debajo de él esconde un secreto, una aventura, un tatuaje. Me río para mí misma. Si mi madre me descubriera me mataría, me enterraría y después me quemaría.

Mi madre entra a mi habitación con un drama emocional. Sus ojos se ven cansados. Se muerde las uñas recién pintadas.

—Mamá, deja de estropear la manicura, no lo he hecho para nada.

Se fija en su mano y me hace caso. Por suerte, el color rojo sigue impecable.

—Perdona —da vueltas sobre sí misma, demasiado nerviosa.

—¿Qué te ocurre?

—¿Casarme? ¿Mañana? ¿Pero en qué estaba pensando? —masculla, angustiada—. Estoy cometiendo un error.

—No, mamá. Tranquilízate.

—¿Y si algo sale mal? —sigue con su paranoia—. Todo tiene que ir perfecto.

—Créeme, va a ir tal y como deseas.

Se sienta frente a mí.

—¿Sabes? He recibido una llamada de mi maravillosa hermana —pone cara de asco—. Me desea un terrible matrimonio.

—No le hagas caso —le intento calmar. De pronto, una idea se me viene a la cabeza—. Por cierto, mamá.

—¿Si? —me pregunta, expectante.

—¿Adónde vais a ir de luna de miel?

—¡A Hawái! Es maravilloso, ¿verdad? —su expresión se vuelve ilusionada, alegre, maravillada.

Me imagino a Bruno y a mí en Hawái. Tumbados en la arena mientras observamos las olas romper en la orilla. Salir por ahí a disfrutar nuestras vidas. Hacerlo a todas horas, en playa, en el hotel, en...

¡Catalina, no es hora de pensar en eso! Me saco esa idea de la cabeza porque no quisiera parecer una pervertida que lo único que piensa es en el sexo.

La mano de mi madre pasa por mis ojos, una y otra vez.

—Catalina —exclama mientras por fin reacciono—. ¿En qué pensabas? Estabas embobada.

Enséñame a quererteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora