PRÓLOGO

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La tormenta de problemas ya había terminado, ahora, solo quedaba una ligera llovizna sobre sus corazones. Meliodas y Elizabeth no eran quizás el claro ejemplo de las almas gemelas, tampoco el prototipo de la relación perfecta y, aunque eso no existiera, ambos le pusieron definición a lo que ellos crearon.

Ella dio un suspiro melancólico, al ver lo que el estaba haciendo.

—Si sigues así, te matará— indico en un severo susurro la chica, dejándole en claro que no le agradaba la idea.

Meliodas la miro burlón, encogiéndose de hombros mientras destapaba la bolsita, de la cual ella ya se estaba acostumbrado a ver.

Era una grata compañera amigable para el, pero una mala destrucción a la vez. De eso estaba consciente, aunque realmente le importaba una reverenda mierda

Elizabeth bufó rendida ante lo susodicho por el rubio, no entendía porqué Meliodas quería eso, aunque pensándolo bien, no entendía nada de lo que viniese de el. La palabra incógnito lo definía demasiado bien para su comportamiento. La mente de los hombres, o quizás solo la de el, era demasiado complicada de entender

— Al menos no lo hagas en frente de mi— irritada, ella soltó abrumada por todo.

Y al decir por todo, no solamente era por la gran escena que el chico le estaba proporcionando a su al frente. Si no, por aquello que estaba ocurriendo a su alrededor.

Elizabeth sabía que bien podria ella darse la vuelta e irse lejos de ahí, pero no quería hacerlo. Al instante que vio como los labios de Meliodas se separaban, se preparó para cualquier frase tajante proveniente de el.

—Yo no te estoy reteniendo, te puedes marchar— masculló jocoso.

Alejándose de ella, se sentó sobre la acera de aquella calle vacía donde se podía sentir el ligero viento, era uno frío y agradable. Perfecto para ambos en estos momentos.

Meliodas abrió la pequeña bolsita y sin rechistar o siquiera disimular, inhaló el polvo. Elizabeth lo miro con un poco de duda y melancolía, ¿Lo debía de dejar aquí solo? En realidad, no quería irse. Quería quedarse, como hace unos minutos atrás bromeaban sobre aquel apodo que a él le parecía tan ridículo. Ella, tragando su dignidad y orgullo, dio una gran bocanada de aire y se sentó a su lado

— He oído de ti últimamente por los pasillos del instituto— fue el quien rompió el silencio— Eso es nuevo.

— ¿De mi? — cuestionó la albina con una mirada inquietante y su ceño fruncido notoriamente dándole de referencia que no entendía su confesión.

— Seh.— chasqueó, sacando de su pantalón una cajetilla y, asi, coger un cigarro.

Y aquí venía otra de sus tristes adicciones. Después de todo, Meliodas consumía muchas cosas, no le sorprendería que al día siguiente estuviera en la esquina de una calle inhalando thinner.

— Asi que le has dado un buen golpe en la cara a Arthur — Meliodas soltó mirándole con diversión, esbozó una sonrisa haciendo que su hoyuelo se remarcara y choco su rodilla contra la de ella.

— algo así— Elizabeth musitó un poco apenada por el tema de conversación —. Dicen que se ve más atractivo con el.

— Quizás— confesó, pero a la vez, encogiéndose de hombros. La albina frunció su nariz por ello.

—¿Debería sentirme mal?— cuestionó, sin saber si lo que había hecho era correcto o no.

— No— el rubio le sonrió de lado con una pizca de diversión, relamió sus labios y dejo salir un poco de aliento entre ellos—, pero al menos ya entiendo por qué tu nombre resonaba en los pasillos.

— Creen que soy patética— Elizabeth rió sin ganas, porque estaba segura que así pensaban todos.

Ambos se quedaron en silencio durante un momento, hasta que el hablo

—¿Sabes?— la miro—, Deja que se rían de lo patética que creen que eres, al final de cuentas todos terminamos igual— dio una calada a su cigarro y dejo escapar el humo—, en un boulevard de los sueños rotos.

Mi Pequeño Boulevard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora