CAPITULO 1

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Elizabeth Goddess

Mis piernas dolían por la fuerza en la que me encontraba corriendo por los pasillos del instituto, estaba llegando mas de veinte minutos tarde a la clase de literatura, quién la daba el profesor Gowther, el mismo del año pasado y el cual sabía de mi falta de puntualidad. Esto estaba yendo mal.

Respiré hondo cuando estuve en frente de la puerta del salón de clases y me preparé mentalmente para tocarla, así como también perder la dignidad, otra vez, excusandome con el hombre por mi falta de responsabilidad. En menos de un minuto, está se abrio revelando a un hombre de cabello rosa mirandome con el ceño fruncido sobre sus anteojos, su cara notablemente irritado por mi mala costumbre de llegar casi siempre tarde a su clase. Le di una sonrisa tímida intentando ocultar la vergüenza que me comenzaba a invadir.

— Goddess — pronunció firme, intentando intimidarme con sus ojos sobre mi—. Así que dígame, ¿Cuál es su excusa está ocasión?

— Me quedé dormida — confesé antes de que pudiese evitarlo.

Apreté mi mandíbula y me golpeé mentalmente por la estupidez que había dicho y, lamentablemente, ya no podía revertir. Tal vez no debí decir eso. Tal vez debí mentir y no decir la verdad.

—Bien— me sonrió con sorna—. Espero y para la próxima no se duerma.

Por un segundo pensé que me dejaría pasar, pero no fue así. El hombre se metió de nuevo al salón y solamente me dedico una agitación de mano por parte suya.

— Profesor...— intenté hablar.

Aunque entre sus planes, no estaba escucharme, por lo cual solo me interrumpió.

— hasta la siguiente clase, Goddess, agradezca que no la llevo a la dirección.

Sin más que decir y yo sin que defenderme, cerro la puerta. Me quedé estática en mi lugar, sin moverme o siquiera parpadear, estaba anonadada repasando lo antes ocurrido. No podía hacerme esto. No lo había hecho. Pero que digo, si lo había hecho. ¡Oh genial!

Volcando los ojos con molestia, bufé para girar sobre mi propio eje y caminar por el pasillo para así arrastrar conmigo mi dignidad. Esta era la primera vez que me dejaba fuera del salón. Había llegado tarde unas cuantas ocasiones. Unas cinco, seis o nueve veces. Aunque pensándolo bien casi siempre llegaba tarde, pero cumplía con mis tareas, siempre trataba de prestarle atención, a pesar de que me diera sueño en su clase. Literatura me aburría, simplemente lo hacía. Me gustaba leer, pero no las historias que el solía dejar. Llegaba tarde a la clase por el simple hecho de que me molestaba levantarme temprano, era amante de dormir hasta muy tarde, y eso me dificultaba oír el despertador.

Rendida, infle mis mejillas y me encamine hasta las gradas, el pasto del campo hacia contacto con la azuela de mis zapatos y el aire removía mis cabellos tapando mi rostro. A lo lejos en una de las gradas donde la sombra caía ligeramente, un cuerpo se encontraba sentado a horcajadas dándole la espalda al campo, el cual se encontraba desierto. Ni equipo de Camelot, ni equipo de fútbol. Ladeé mi cabeza y desinfle mis mejillas al observar como saco algo del bolsillo de su pantalón y empezó a rasgarlo. Mi curiosidad despertó haciendo que caminara vacilante hacia el, subí cuidadosamente las gradas, pero sin ir a su dirección. Aunque este día había empezado con el pie izquierdo, ya que estaba apunto de llegar a su altura, cuando torpemente mi zapato se resbaló y caí de bruces.

— Mierda— me quejé cerrando los ojos para suplicarle al cielo que me desapareciese.

Apoye ambas manos sobre el puente de metal y ejercí fuerza para poder levantarme, sin embargo, no pude. Mi brazo dolía. Sentí la mirada de alguien y supuse de quién era, con la humillación cargando sobre mis hombros. Alce mi vista para encontrarme con la mirada verde eléctrica del chico, se encontraba de pie mostrando con firmeza su seño fruncido.

Mi Pequeño Boulevard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora