CAPITULO 4

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ELIZABETH GODDESS

El deporte no era uno de mis fuertes, la actividad física era algo que no estaba entre mis facultades de hacer con facilidad y orgullo. Así como no era un secreto que yo era la peor en la clase. El entrenador Escanor no paraba de gritarme y hacer sonar aquel quejoso silbato para que corriera con más velocidad y no fuera la última una vez más, pero apenas llevaba dos vueltas de cinco alrededor
de trescientos metros y yo ya estaba proclamando por todo el oxígeno del mundo.

No podía seguir. Rendida, me detuve jadeando y apoye mis manos sobre las rodillas, estaba claro que el señor Escanor me volvería a gritar, con los ojos entrecerrados debido a la luz del sol, dirigí mi vista hacia aquel hombre, pero ya no estaba y agradecí por ello.

— ¡Vamos, Elizabeth!— oí que exclamó gloxinia uno se mis compañeros, con un toque burlón y mostrandome una sonrisa lánguida.

— ¡Ni de broma! ¡Ya no puedo!— solté con las pocas fuerzas que me quedaban.

— ¡Exagerada! — carcajeó el castaño— ¡Te espero el año que viene en la meta!

Me límite a entrecerrar los ojos y sacarle el dedo del medio.

Escuché una familiar risa ronca, sabía de quién se trataba. Volteé hacia aquella dirección a las gradas, las cuales no estaban tan lejos en donde yo me encontraba jadeante. Meliodas me miraba divertido con sus manos dentro de los bolsillos de sus jeans negros, mientras levantaba con fervor sus cejas.

— ¿Te divierte?— el hablo primero, preguntando por lo alto y mirándome en espera de mi respuesta, fuera cuál fuese.

— Si, lo hago — le di una sonrisa falsa. Traté de recuperar mi respiración normal abatiendo mis manos en frente de mi y dar una gran bocanada de aire.

El hizo una seña con su cabeza para que me acercará. Volteé, nuevamente en busca del entrenador, pero igual que antes, el no estaba allí. Soltando un suspiro caliente y con pasos no muy convencidos me acerque hasta el, pero me detuve a una distancia considerable de las gradas. Alce la mirada y Meliodas ya estaba con sus brazos apoyados en el barandal. El estiró uno de sus brazos hasta mi y lo mire con el entrecejo fruncido.

— Sube — pronunció suave, ante mi mirada confundida.

— No puedo, si el profesor me ve me hará correr el doble de lo que me hace falta — explique mirándolo, con una mueca de ímpetu ante su petición.

Meliodas rodó los ojos, pero no quitó su mano incitandome a qué la agarrara. Por inercia la tomé y el me subió con tanta facilidad. Crucé una de mis piernas por el barandal torpemente haciendo que se enganchará, jadeé al sentir el dolor. Meliodas río. Sentí su brazo posarse por mi cintura y ayudándome a cruzarla completamente, zafo mi pierna y una vez que pude tener mi equilibrio lo mire.

—¿Hay algo en lo que no seas torpe Goddess?— río mientras mordía su arito que yacía en su labio.

—¿Algún día me llamaras por mi nombre?— contraataque rodando los ojos, cansada de lo mismo y su actitud un tanto jocosa.

— Lo hice el primer día en que cruzamos palabras— recordó esbozando una sonrisa con los labios cerrados y diversión en sus ojos

— Me gustaría que lo siguieras haciendo — suspire cansada. Me senté en una de las gradas para poder descansar mis piernas y reposar un poco a causa de cansancio que sentía por haber corrido tanto.

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