CAPITULO 24

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ELIZABETH GODDESS

—¡Goddess, corre!

Pasando a mi lado, Meliodas gritó aquello. Le di una mirada confundida, dejándole en claro que no entendía a qué venía eso, pero él en lugar de detenerse, solo volvió a gritar entre risas.

—¡He tocado el timbre de una casa!

Oh, maldito.

—¡Estas loco, Demon! —reproché mientras comenzaba a correr lejos de allí.

Eso había sido tan infantil, sin embargo, era chistoso en algún ámbito, oír a Meliodas riendo hizo que yo lo hiciera de igual manera. Él, al ver que mi velocidad disminuía, tomó mi mano haciendo que obligara a mis piernas a ir más rápido, sentía como mis músculos empezaban a arder y tirarme al suelo era una de mi ideas principales.

Habíamos decidido ir al callejón, aunque el cielo comenzó a teñirse de un gris triste que preferimos ir a casa, fue tan estúpido el tan solo decidir venirnos caminando hasta mi casa, ya que, esta estaba lo demasiado lejos, Meliodas venía haciendo bromas y fumando uno que otro cigarrillo.

—No vuelvas a hacer eso — reprendí al rubio una vez que comenzamos a caminar con paso normal.

—Dios, Goddess, fue divertido —chasqueó con una sonrisa lobuna.

Le lancé una mirada diciéndole que no lo fue y él alzó las manos en forma de inocencia. Empecé a caminar por la orilla de la baqueta de concreto mientras extendía los brazos, mi equilibrio no era para nada bueno, pero hacía el más grande de mis intentos, escuché como Meliodas rió.

—Recuerdo que eso hacíamos mi hermano Ross y yo — susurró a mis espaldas. Me detuve, girando sobre mis talones lo miré. — Mamá solía decirnos que nos caeríamos y podría haber un accidente con los automóviles, siempre ha sido muy paranoica.

Me sentí mal en ese momento por haberle recordado aquellos acontecimientos de su vida, su cara tenía una sonrisa, una melancólica, miraba hacía el fondo de la calle. Succioné mi labio inferior hacia adentro y traté de que sus ojos y los míos se encontraran.

—No quise recordártelo — murmuré apenada.

—No tienes que preocuparte, casi ya no duele como antes, he aprendido a sobrellevar las cosas — confesó y prosiguió— Lo he hecho gracias a ti, contigo las cosas duelen menos, pero no cuando vienen de ti, si entiendes ¿verdad?

Mordí mis labios y bajé la mirada comenzando a sentir el ardor en mis mejillas. Me estaba sonrojando por dos cosas, una de ellas era por su confesión y la otra era porque sabía a que se refería con lo último.

Sentí las frías yemas de Meliodas rozar con la piel de mi barbilla, al instante que alzó mi cabeza me sonrió, el hoyuelo en su mejilla se digno a aparecer y no pude evitar devolverle la sonrisa.

—Todo esta bien ¿de acuerdo? — pronunció.

Asintiendo lo rodeé con mis brazos mientras ocultaba mi cabeza en su pecho, pero tan pronto, ya nos veíamos corriendo de nuevo, la lluvia estaba empapándonos por completo, ambos nos enfermaríamos. Estaba lloviendo en invierno y el fresco clima no era bueno en estos momentos. De repente, el chico se detuvo y comenzó a palpar sus bolsillos.

—¿Qué ocurre? — pregunté al ver su acción.

—¡Mierda, mierda, mierda! —maldijo varias
veces —¡Mi cajetilla se ha mojado!

—¡Meliodas! —farfullé — ¡Podrás comprarte otra!

—¡Pero ahí van más de diez cigarrillos sin encender! — se quejó —¡No son gratis, Goddess!

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