ELIZABETH GODDESS
Lunes en la mañana. Y el único sonido que podía oír entre las paredes de la minúscula cocina de mi casa era el crujir del cereal que creaban mis molares al aplastarlos.
La cabellera platinada de mi madre hizo presencia al entrar, haciendo que el olor de su perfume se impregnara en el aire ocasionando que llegara hasta mis fosas nasales, tranquila, comenzó a sacar algunas cosas de la despensa, y de igual manera, del refrigerador para prepararse un emparedado. Sus ojos se quedaron anclados sobre mi pequeño cuerpo y, cautelosa, me observó.
—Últimamente te has estado despertando más temprano, ¿a qué se debe? — preguntó con sumo interés pasando sus dedos por el pan. En ese momento, no quería contestar a sus preguntas, por lo cual, me limite a encogerme de hombros, dando por hecho mi cansancio. Ella, dejando salir un poco de aire de sus pulmones, movió las cosas a un lado y me miró fijamente poniendo sus manos sobre el mesón — Elizabeth, ¿me puedes decir qué es lo que ha ocurrido? Llevas un par de semanas así, los sábados te despiertas hasta tarde, los domingos no sé siquiera si comes o haces el intento de salir de tu cama.— soltó un poco irritada por mi actitud — Pareciera como si yo fuese la única que vive aquí.
Llevando otro poco de cereal a mi boca, sacudí mi cabeza de un lado a otro, pero ella me reprendió con la mirada, tragué hondo y decidí contestarle.
—No ocurre nada —mascullé.
—No mientas —con la voz más fuerte habló -—No he visto presencia de Sariel por aquí, o si quiera del chico teñido que te llevó al cine la otra ocasión, o el rubio con la que fuiste una completa grosera —al oír que mencionó a cada uno sentí como el nudo en mi garganta se formó y la presión en mi pecho se presentó, aunque de igual manera, le dio acceso a mi furia emanar mis venas — Cariño, puedes decírmelo.
—Estoy bien, ¿si? —espeté bajándome del taburete para darle una mirada fría —No soy unos de tus pacientes, no me trates como uno.
Sus ojos azules se abrieron con asombro, estática en su lugar, entreabrió los labios pero nunca dijo nada. Ella estaba perpleja. Yo sabía que esa no era la forma para contestarle, pero estaba harta de darle vueltas al mismo tema, solo ya no lo quería recordar y ella se daba la desdicha de hacérmelo saber nuevamente.
— Elizabeth...
—Me tengo que ir —avisé cortándola.
Sin mirarla, salí de la cocina a pasos rápidos y tomé mi mochila, colgándola por encima de mi hombro cerré la puerta principal detrás mío. Comencé a andar por la calle sin detener el pasó ni un segundo, sentía como mis piernas se impulsaban cada vez con más fuerza, el aire de invierno golpeaba suavemente mi rostro.
Traté de respirar hondo y superar el hecho que le había contestado de una manera fatal a mi madre. Calmándome por lo sucedido me fijé en la hora, la cual, sin ningún apuro, era temprano. Últimamente me despertaba antes de mi hora habitual, y se debía a que en casi toda la noche no podía conciliar el sueño, ni unas cuantas horas, tenía en mente que mi imagen cada día iba de mal en peor, no era la mejor y honestamente, me importaba un carajo. En tan poco tiempo mis pies tocaron la entrada del instituto, y una oleada de nerviosismo como de inquietud se asomó por mi mente, me tocaba clases con la profesora Merlin, alargando una inhalación me di la valentía de entrar sin preocupaciones, pero una voz me impidió que lo hiciera.
— Elizabeth — la voz pronunció firme mi nombre y me giré para encarar a la persona —¿Te has enterado que Arthur tiene nueva novia?
Zaneri. Una chica de piel bronceada me miraba fijamente junto a otra, eran unas de las porristas del equipo de rugby, el perteneciente de Sariel. Sus miradas eran burlonas, así como sus sonrisas, quise volcar los ojos pero me contuve.
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Mi Pequeño Boulevard
Teen FictionElizabeth Goddess es una chica de 17 años a la que le cuesta madrugar. Un día, su impuntualidad la lleva a ser expulsada de la clase y, al dirigirse a las gradas de la escuela, conoce a un chico. Se trata de Meliodas Demon, un joven de 18 años que c...