Epílogo

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Rachel no necesitaba saber que Henry Creel no se lamentaba la muerte de su madre, ni mucho menos la de su hermana. No era necesario que supiese que él había planeado exactamente cada detalle para que su padre fuese el inculpado. Tampoco debía de enterarse que había persuadido a Martin Brenner para que este seleccionase a la chiquilla bonita de aquella fotografía. Ella tenía estrictamente prohibido conocer que la mayoría de sus interacciones las había planificado incluyendo aquél beso que utilizó como método de escape o aquella salida de Brenner que utilizó como pretexto para terminar de robarse su confianza. Además de esto, nadie tenía el derecho de informarle que antes de enviarle la cinta de seguridad, él se había encargado de hacerle la propuesta a Hopper para que este la obligase a huir con él. Finalmente, ella no le hacía falta tener la noticia que la verdadera razón por la que él se había postulado como policía; era para tener una cuartada que le ayudaría a alterar la historia sobre su verdadero nombre.

Henry Creel estaba tan jodidamente enamorado de Rachel Jones que había decidido traicionar a quien lo alimentó por años. Este era capaz de hacer lo que fuese para que nadie los separase, no importaba si tenía que arrebatarle la vida a alguien.

El pie de Rachel golpeaba desesperadamente contra el suelo del baño al mismo que sus demonios la carcomían. Nerviosa era una palabra muy pequeña a comparación de lo que estaba sintiendo.

–¿Ocupas ayuda?–Henry llamó dando tres golpeteos a la puerta de madera que lo separaba de su novia.

–No, ya salgo.–respondió bajando la mirada para subirse el cierre de sus pantalones y, posteriormente, abrochar el botón de estos.

Rachel se posicionó frente al espejo para observar su reflejo, su apariencia apestaba: ojeras, una cola de caballo alta con unos mechones rebeldes cayendo por su frente y, aquella mañana, no había tenido tiempo de maquillarse. Tras esto, se dio la media vuelta para alcanzar la perilla de la puerta y, una vez que sus dedos hicieron contacto con esta, la giró con el fin de romper la distancia que había entre Henry y ella.

Un entusiasmado Henry Creel yacía esperando del otro lado con una sonrisa de oreja a oreja.

–¿y bien?–solicitó la información que les terminaría de afirmar o negar sus sospechas.

Rachel dio un asentimiento de cabeza antes de romperse en llanto.

–Estoy embarazada.–sollozó.

Henry la estiró del brazo para estrecharla en un fuerte abrazo. La castaña se encontraba en un mar de lágrimas, las cuales comenzaban a empapar la playera del rubio.

–¿Estamos contentos o tristes?–cuestionó al no detectar si el llanto se debía de entusiasmo o preocupación.

A veces, él solía introducirse en sus pensamientos para adquirir información que le ayudase a perfeccionar su relación, pero en aquella ocasión, este no lograba comprender la situación.

–Felices.–se rio sin detener las lagrimas frenéticas.

–Entonces ¿por qué lloras?–Henry la apartó con delicadeza para analizarla, ya que le inquietaba la idea de que eso le afectase al bebé.

–Creo que son las hormonas.–juntó sus labios en una delgada línea pretendiendo detener el sentimiento que estaba dominándola.

Los largos dedos de Henry recorrieron el camino por el cual las lágrimas se deslizaban para desaparecerlas del rostro de su amada. 

–Te amo.–unió su frente con la de ella.

–Yo también te amo.–le dio un piquito de labios.

Henry posicionó su mano derecha en el rostro de Rachel antes de estampar sus labios con los de ella para fundirse en un beso apasionado. Posteriormente, lentamente bajó su mano izquierda hasta llegar a la altura de los glúteos y, entonces, apretó uno de estos. Rachel sonrió en medio del beso debido al pellizco que había sentido en su trasero, ya que amaba cuando Henry lo hacía. Le gustaba sentirse deseada por el hombre que más había amado en su vida.

Gracias al futuro infante, Henry había logrado que su relación se intensificase. No importaba lo que pasara, ella no lo abandonaría, en vista que venía en camino una criatura que dependía de ellos.

Con cada pisada que daba, la vieja madera del sótano crujía haciéndole saber que ya se encontraba de regreso. Tan pronto como lo escuchó aproximarse, intentó gritar con esperanza de ser escuchado por alguien que rondase cerca de la vivienda, sin embargo, no tuvo éxito alguno.

De pronto, unos aplausos se hicieron presentes en el reducido cuarto oscuro, el cual su única fuente de iluminación era una bombilla vieja ubicada en el centro del techo.

–¿No te cansas?–cuestionó encendiendo la luz–no va a escucharte. Es más, se acaba de ir para darle la noticia a sus compañeros de trabajo.–suspiró recargándose en la pared sin retirar la mirada de él.

El hombre que se encontraba amarrado lucía enfadado, lo cual le alimentaba su entusiasmo por ponerle un fin.

–Vamos a ser papás ¿lo sabías? Bueno, para mí no era del todo una sorpresa.–le guiñó el ojo izquierdo antes de ladear la cabeza para retirarle la cinta que le había ayudado a mantenerlo en silencio.

El hombre liberó un grito desgarrador a causa del pegamento de la cinta que había sido quitada con brusquedad.

–Hijo de puta.–escupió al suelo.

–Shhh–colocó su dedo índice sobre sus labios pidiéndole que guardase silencio–no me gustaría que esas fueran tus últimas palabras.–alejó la mano de su rostro.

–Tiene que saber la verdad, no la puedes tener viviendo engañada.–hizo el intento de levantarse, pero él lo mandó a volar con un movimiento de manos.

El robusto cuerpo del hombre se estrelló con la pared de concreto provocando que soltase un gemido del dolor.

–Tal vez le estoy construyendo una vida a base de engaños, pero ella es feliz. Es lo que importa.–se acercó hacia él para echarle un rápido vistazo a la herida de la cual brotaba sangre.

–Algún día abrirá los ojos y, entonces, te quedarás solo como el maldito huérfano que eres.–aseguró sin mirarle al rostro, pues aún no se recuperaba del golpe que había recibido.

–No, eso no pasará.–se carcajeó.

–Si no se lo digo yo, lo hará alguien más.–despacio, levantó la mirada para conectar sus ojos con los malévolos ojos azules.

–Siempre vamos a ser nosotros, ella y yo. Así que si tengo que quitarte del camino para que nunca me deje, ni modo.–le regaló una perversa sonrisa antes de ocasionar que sus pies se despegaran del suelo.

Jim Hopper trató de luchar por algo de oxígeno mientras su cuerpo flotaba en el aire gracias a Henry Creel, dado que era quien lo había elevado para asesinar el hombre que había manejado kilómetros de distancia con la finalidad de romper la parte de su trato. Este estaba dispuesto a revelarle la verdad a Rachel Jones, pero el futuro esposo de esta, no lo permitiría.

Us | Peter BallardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora