Capítulo 22

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— ¿En serio no me dirás cuál fue mi regalo? —Roy se encontraba preparando el desayuno, Lizzie estaba sentada en la encimera con la camiseta de Roy que había utilizado para dormir; llegaba a medio muslo y era cómoda, además, tenía el aroma del coronel—. Eso no es justo, yo cumplí con mi parte, e incluso más, te estoy preparando desayuno.

— Eso fue porque cierta personita no me quería dejar ir. —Le guiñó y le dio una sonrisa arrogante

— Entonces no habrá más cenas ni invitaciones a dormir con desayuno incluido. —Le dio la misma sonrisa, mientras revolvía los huevos.

— Tendré que desayunar en casa, luego de dormir aquí, llegaré tarde a mis entrenamientos y mi coronel se enojará conmigo, dicen que es bastante enojón. —Roy apagó la estufa y abrazó a Lizzie por la cintura.

— ¿Volverás a dormir conmigo? —Había esperanza en su pregunta.

— Siempre que me invites, mis padres me enseñaron educación.

— Mi casa es tu casa, no necesitas invitación. —Comenzaron a besarse cuando unos golpes en la puerta los sobresaltaron.

— Espérame aquí —le dijo el coronel y se dirigió a la puerta.

— Shimura, ¿qué haces aquí? —Antes de responder, la chica había entrado—. Claro, pasa —dijo sarcástico, pero Suki no respondió, estaba inmóvil y mirando con odio hacia la cocina, donde se encontraba Lizzie aún en la encimera, no se había dado cuenta de la presencia de la otra joven.

— Te traigo un mensaje del general. —La voz le salió temblorosa, en ese momento Elizabeth se dio cuenta de quién había tocado a la puerta, se bajó de la encimera de un salto.

— Yo... iré a cambiarme —le anunció a Roy y desapareció por las escaleras.

— Ya dormiste con ella. —lo acusó su ex.

— No es de tu incumbencia —respondió serio, con su voz de coronel.

— Tienes razón, no me incumbe. Pero no deja de llamarme la atención, la trajiste a tu casa, y la dejaste entrar a tu cuarto y hasta le preparas desayuno. ¿Por qué a ella, Roy, por qué a mí nunca me dejaste hacer eso? Jamás me dejaste quedarme aquí, no conozco tu habitación. No, no lo comprendo, TE DI TODO, MALDITA SEA, siempre te he amado y a ti te importó una mierda. —Los ojos le picaban por las lágrimas que querían salir.

— No hagas esto, Suki, nunca te mentí, sabías cómo eran las cosas, no te engañé. Con Elizabeth simplemente es diferente. No se trata de quién es mejor o peor, solo las cosas son diferentes. —El tono en su voz se había vuelto más amable.

— Sigo sin creer que prefieras a esa zorra antes que a mí. —Escupió mirando a las escaleras por donde Elizabeth venía bajando.

— Si quieres seguir en mi tropa te recomiendo no volver a hablar así de tu compañera. Y te prohíbo volver a referirte de esa manera de mi novia, ¿queda claro? —Su voz de coronel había regresado, pero Suki no respondió, solo fulminaba a Lizzie con la mirada, mientras la pelirroja servía dos tazas de café en la cocina, intentando no inmiscuirse—. ¡QUEDA CLARO! —repitió con voz de mando.

— Sí, señor.

— Ahora el mensaje del general —exigió.

— El general Leonhart requiere la presencia de la tropa Akuma a las 10 de la mañana en su oficina.

— Muy bien, subteniente, puede retirarse. —El enojo y la rabia eran palpables en su voz. Toda simpatía que podía haber sentido por los sentimientos destrozados de Suki habían desaparecido con ese comentario hacia Lizzie.

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