Capítulo 23

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La cena transcurrió entre risas y anécdotas de festivales anteriores, Arthur y Verona recordaron algunas de su juventud, contándoles a todos, pero sobre todo a Lizzie y Darien acerca de sus padres. Arthur le habló acerca de la primera borrachera que tuvieron los tres (Domingo, Gabriel y él) cuando tenían 17 años, había sido precisamente para el festival.

Elizabeth supo también que su familia llegó a la academia unos meses después de la guerra del cambio, eran uno de los pocos sobrevivientes de uno de los países más afectados. Los Leonhart, al igual que los Montiel, habían pertenecido a la academia desde su formación y que, de hecho, Reider era tatarabuelo de Roy, Darien ya manejaba esta última información gracias a una conversación anterior con Tony.

— ¿Ya es hora de los regalos? —preguntó Patrick rebotando en su silla.

—Yo creo que ya es la hora, ¿o no, mami? —afirmó Martin.

—También lo creo —les dijo Roy guiñándoles, los pequeños miraron ansiosos a su madre, quien asintió y salieron corriendo hacia el árbol, todos los adultos los siguieron, Antonia se sentó junto a los regalos y comenzó a repartirlos.

Casi una hora después los niños estaban cubiertos de juguetes y envolturas cubrían el piso.

—Ven, es hora de tu regalo —le susurró Roy a Lizzie, ella lo miró extrañada.

—Tengo el tuyo justo aquí —le dijo levantándose de su regazo y tomando un paquete que se encontraba detrás del árbol.

—Bien, los abriremos juntos. —Se levantó del sofá y la tomó de la mano, antes de salir se giró para ver esa imagen, todos juntos y felices. Keylha le sonrió y asintió. Asegurándole con ese gesto que todo estaría bien. Lizzie también se quedó mirando aquella imagen, era algo digno de recordar; nunca había tenido una celebración tan bulliciosa y con tanta gente, sabía que sus padres estarían felices de que tuviese esta nueva oportunidad de vivir.

Roy condujo a Lizzie hasta la parte trasera de su casa, era un pequeño patio y en una esquina había un bulto envuelto en una manta gris, Lizzie, quien aún llevaba el regalo de Roy en sus manos, quedó asombrada al ver lo que era el bulto. La moto de Roy era negra con detalles plateados.

—Era de mi tatarabuelo, hay un chico que tiene el don de la comprensión mecánica, cualquier mecanismo lo entiende, aunque jamás lo haya visto funcionar, y me ayudó a repararla —le explicó el chico encogiendo un hombro—. Por lo general, los que tienen cosas de la era antigua es porque eran de algún familiar. Según dicen los libros, esta moto era un clásico.

—Es preciosa —respondió Lizzie con fascinación, Roy tomó su mano y la guio hasta la moto, la ayudó a sentarse detrás y él tomó asiento delante del manubrio. Salieron a toda velocidad a través de la aldea y salieron a los campos de entrenamiento, siguieron más allá del campo de tiro al blanco. Elizabeth jamás había ido más allá y se dio cuenta de lo poco que conocía de la academia, el viento azotaba su rostro y la sensación era similar a volar, ella se afirmó con ambas manos a la cintura de Roy y dejó que el viento hiciera su trabajo. Se detuvieron a los pies de la montaña. Roy la ayudó a bajar y tomó su mano, caminaron por el sendero que conducía a la cima, caminaron en silencio admirando el paisaje, el cielo estaba estrellado y la luna menguaba brillante en el cielo.

Al llegar a su destino, Lizzie quedó maravillada con lo que allí se encontraba, había una manta en el centro y un camino de velas, a un costado de la manta había una cesta con espumante y fresas dentro. Además del regalo que Roy le tenía a Lizzie.

—Guau, Roy, esto es hermoso. —La joven se llevó ambas manos al rostro en señal de asombro.

—Me daría el crédito, pero fue Keylha quien lo sugirió, bienvenida a mi lugar secreto —le susurró besando su mejilla y guiándola hasta la manta, donde se sentaron, Roy sirvió las copas de espumante—. Por el éxito en la misión, pero sobre todo por nosotros, por habernos encontrado nuevamente, feliz festival de la rebelión, mi amor. —Chocaron sus copas al brindar y se besaron antes de beber un trago del líquido.

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