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Hacia las dos de la tarde, Araneda se preguntó si Lucas habría ido a almorzar sin avisarle. Raro, normalmente trataban de comer juntos y, de paso, charlar de lo que tuvieran entre manos. ¿Habrían quedado en encontrarse en algún lugar y no lo recordaba? Difícil. Para asegurarse, le envió un mensaje. Luego continuó estudiando las escandalosas imágenes grabadas en los discos de Carolina Machado. Anotó nombres, fotografió escenas con el teléfono y, después de meditar un buen rato, decidió no enviarlos a técnica, todavía. Antes de que los analizaran profesionalmente, quería comentarlos con Lucas.

Entre una cosa y otra, el tiempo se le pasó volando. Para cuando se dio cuenta, eran las cinco de la tarde y Barlutto no había regresado. Confirmó en su celular que el mensaje, que le enviara horas atrás, estaba bien. Una o dos veces le había ocurrido de equivocar el destinatario. No era el caso. Al parecer, Lucas había leído el mensaje, pero no hubo respuesta. Eso también era raro. Apretó la llamada y esperó. Tras varios timbrazos, apareció el contestador automático con la robótica voz de la compañía. Santiago grabó unas pocas palabras y, ya preocupado, metió en un sobre plástico los discos que investigaba y la laptop. Se calzó el saco, tomó el morral y bajó al estacionamiento. El Fiat de Lucas todavía estaba allí, cerrado. Se acercó a pie hasta el pequeño restaurante donde solían almorzar. Aunque se había hecho algo tarde, existía la posibilidad de que su compañero anduviera por allí. No. Su intranquilidad aumentó cuando José, el camarero habitual, aseguró no haberlo visto en todo el día. 

Volvió a la comisaría, subió a su auto, tiró de mala gana las cosas en el asiento trasero y condujo hasta la oficina de técnica, situada a solo dos cuadras. Por supuesto, estaba cerrada, pero él era policía y lo conocían, así que mostró su placa y no tuvo problemas en ingresar. Subió por un cansino ascensor hasta el sexto piso donde lo recibió un joven de unos treinta años, con rostro agotado y algo excedido en peso.

—¡Hola, inspector!

—¿Cómo estás, Dieguito? Decime una cosa, ¿estuviste en atención al público, hoy?

—Sí. ¡Ojalá hubiera podido estar en otro lado! —contestó el muchacho con media sonrisa—. Ahora me toca ordenar el despelote de papeles y carpetas, como todos los santos días.

—¿Atendiste a Barlutto? Vino a eso del mediodía, a dejar una laptop en el caso 3246.

—No, yo no lo atendí. A lo mejor, Ricardo, que ya se fue. Espere que me fijo. —El muchacho revisó un cuaderno de espiral escrito hasta el cansancio y luego se fijó en la computadora mientras Santiago tamborileaba el mostrador con los dedos—. No. Nadie dejó nada para ese caso —replicó el chico con algo de pena— ¿Está seguro que es el 3246?

—Sí. Bueno, puede que se haya equivocado de número, aunque es difícil, Barlutto es muy meticuloso con esas cosas.

—No vino Lucas hoy, mire. —Le mostró las firmas en un libro de tapas duras. Santiago revisó rápida pero concienzudamente los horarios cercanos y luego los más lejanos. En efecto, Barlutto no había pasado por allí—. Me hubiera saludado si hubiera venido, ¿no? —consideró Diego.

—Ya veo... Sí, claro que te hubiera saludado —murmuró pensativo—. Bueno, también tenía que ir a Catastro, así que me voy a fijar ahí.

—A esta hora debe estar cerrado.

—Pero hay guardia. Gracias, Dieguito. —Le sonrió al muchacho y se fue.

En el siguiente lugar ocurrió lo mismo, Lucas Barlutto no había pasado ni cerca. Santiago salió del edificio con los labios apretados. Al llegar a la vereda respiró hondo con las manos en la cintura. ¿Dónde se había metido el muchacho? El cielo se había despejado y la ciudad aparecía más alegre. Apoyó los codos en el techo del auto y cruzó los dedos hundiendo los pulgares en sus lagrimales y así permaneció durante algunos segundos decidiendo que hacer a continuación. Tomó su teléfono y, luego de cerciorarse una vez más, que Lucas no había respondido, dio parte a su comisaría. Un horrible presentimiento le recorría la espina en forma de escalofrío. ¿Sería posible?

La sangre ajenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora