16

14 5 9
                                    

Para Santiago Araneda, contemplar el cielo es acercarse a su hermano. Según ha expresado más de una vez, lo ayuda a acomodar las ideas en un diálogo interno que le provoca paz. Tal vez por eso es un hombre calmo.

Se hallaba precisamente en este trance, cuando dos golpecitos le interrumpieron los pensamientos.

—¡Pase! 

—¿Querías verme? —Era Indiana, que hizo la pregunta desde la puerta con cierta timidez.

—Sí, vení, acercate —respondió él, señalando la silla frente al escritorio—. ¿Terminaste tu turno? —Ella afirmó con un movimiento suave de la cabeza y se sentó—. ¿Todavía seguís con la idea de ser investigadora?

—¡Me encantaría! He hecho varios cursos, pero...

—Pero nada. ¿Tenés ganas de ayudarme?

—¡Por supuesto! ¿Te autorizó Benítez?

—No le pregunté todavía. Tiene que ser un secreto entre vos y yo, creo que sos la única en quien tengo la certeza de que puedo confiar... Es difícil y raro todo esto... Tenés que prometerme que no se lo vas a contar a nadie. Es por tu bien, podría ser peligroso.

Indiana estaba segura de querer colaborar, pero no lo estaba tanto con respecto a la posibilidad de perder su empleo.

—¿Y si Benítez...?

—Ya voy a hablar con él... en su momento. Primero tengo que averiguar algunas cosas y creo que vos podrías serme de mucha utilidad. No puedo solo y no quiero involucrar a alguien más, primero, porque realmente no sé en quién confiar, y segundo, porque ya viste lo que pasó con mi compañero... Por eso no quiero que digas nada, estarás bastante protegida, nadie va a sospechar de una administrativa.

—De acuerdo... —respondió dudosa, aunque excitada con la idea.

—Muy bien. Trabajás en turnos rotativos, ¿no?

—Sí.

—Perfecto. Vamos a inventarnos una historia para que nadie se asombre de vernos... juntos. —Las mejillas de la chica se colorearon levemente, pero asintió con firmeza—. ¡Perfecto! —reiteró Santiago poniéndose de pie y tomando su saco—. Te invito un helado. —Ella lo miró un tanto desconcertada—. Vamos a empezar por hacernos amigos —siguió Araneda en voz baja—. Después... nos ponemos de novios. 

En las cocinas de La Colmena, los chicos cuchicheaban, inquietos

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

En las cocinas de La Colmena, los chicos cuchicheaban, inquietos. Johny los había reunirlos allí tras acordar con Román no asustarlos con la muerte de Mateo. Pero era necesario justificar su repentina ausencia.

Dolores servía café con leche para todos mientras Tamara untaba parvas de tostadas con manteca.

—¡Bueno, chicos! —comenzó Johny dando palmadas—. Nuestro querido Mateo ha sido relevado de su cargo.

—¿Qué? ¿Cómo? ¿Por qué? —Las preguntas se dispararon en voces preocupadas.

—Tranquilos —expresó, ubicándose en una banqueta—. Debe haber tenido algún problema con el mandamás y lo trasladaron a otro sitio como este, pero en otra provincia... ¡A no preocuparse, bonitos, que acá seguiremos trabajando como siempre!

La sangre ajenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora