-Suelta ese cuchillo.-No lo creo.
Thiago Bedoya-Agüero sujetaba la navaja con firmeza sin quitarle la vista a la pistola de Ernesto Meyer. No era la mejor de las situaciones. Se había colado en el abandonado almacén esperando encontrar una pista de dónde había encerrado Meyer a la chica, pero no esperaba encontrárselo a él.
Thiago no se había planteado que tal vez no saliera del almacén. Las cosas no iban exactamente según lo planeado.
-He dicho que sueltes el cuchillo -repitió Ernesto.
Thiago intentó calcular sus posibilidades de éxito, concluyó que apenas las tenía, y dejó caer la navaja al suelo.
-Buen chico. Y ahora, sigue siendo bueno y ponte de rodillas.
-No lo creo.
Ernesto sonrió más ampliamente.
-No importa. También puedes morir de pie -dijo, y apretó suavemente el gatillo.
Thiago hizo lo único que podía, aunque fuera inútil: se lanzó hacia la izquierda. Sus oídos protestaron por el sonido de un disparo. Se encogió automáticamente, anticipando el dolor de la bala al penetrar la carne.
Pero no sintió dolor. Tan sólo vio a Ernesto de pie, con una mancha roja extendiéndose por su pecho y sangre brotándole por la boca. El villano cayó de rodillas, revelando tras él a una mujer con una pistola en sus manos temblorosas.
Ella.
Pelo oscuro que caía en suaves ondas sobre sus hombros. Vivaces ojos miel y una boca seductora. Piernas de bailarina, que él podía imaginar alrededor de su cintura.
Nada más verla, la deseó.
Ella era su fantasía, su inspiración, su distracción total.
-Lali -se oyó susurrar-, ¡estás viva!
Juan Pedro Lanzani se quedó mirando la pantalla de la computadora, frunció el ceño y borró la última parte de lo que acababa de escribir, cambiando Lali por Leticia.
Negó con la cabeza. Todavía se parecía demasiado. Volvió a borrar y, de pronto, la mujer fatal de la segunda novela de Thiago Bedoya-Agüero pasó a llamarse Victoria.
Mejor. Y mejoraría aún más si cambiara su descripción, pero todavía no se veía capaz. Tal vez, cuando terminara el libro, cambiaría el color de su pelo a pelirrojo. Pero en aquel momento, sólo podía ver a la mujer que no se le iba de la cabeza: Lali-Victoria.
Sí, era la chica de sus sueños.
Había empezado a escribir la serie sobre Thiago Bedoya-Agüero antes de conocerla. El personaje de Thiago había existido durante años en su cabeza: un rico mercenario que recorría el mundo según el encargo del mejor postor. Thiago poseía las mismas ansias de conocer mundo que él y, aunque él nunca había rescatado a un niño secuestrado por terroristas, ni escalado una cordillera en busca de antiguos tesoros antes de que los malos las encontraran, volcaba su fantasía en el personaje.
Su niñez había sido formal y aburrida. No había salido de La Rioja, hasta cumplir veinte años. Pero se había leído de arriba a abajo cada revista, de los diferentes lugares en el mundo, que le llegaba por correo, y había fantaseado con conocer aquellos lugares algún día y vivir inolvidables aventuras.
Sus estudios de periodista habían sido su pasaje de salida, y había pasado a ganarse la vida viajando por el mundo y escribiendo sobre de ello para los turistas. Con un poco de suerte, algún día complementaría esos ingresos con los derechos de las novelas de Thiago Bedoya-Agüero que estaba intentando vender.
Había contratado a una agente para el primer libro, y ella iba a llevarlo a las editoriales. Era un proceso duro y laborioso, durante el cual él intentaba acallar sus nervios concentrándose en la segunda aventura del espía. Una en la que Thiago formaba equipo con otra persona, una mujer, quien podría ser, o no, su aliada, pero desde luego era su amante.
En su cabeza, era igual a Lali.
Todavía recordaba el día en que ella se había mudado: la conoció intentando llevar un feo y muy usado sillón reclinable desde una camioneta alquilada hasta su apartamento. Él se ofreció para ayudarla a meterlo o a quemarlo, lo que ella eligiera. Lali se lo quedó mirando unos segundos, y él temió haber ido demasiado lejos. Entonces, ella se dejó caer en el sillón, doblada de tanto reír, y le explicó que era un regalo de su padre.
-Tiene un gusto fatal, y no debería haberse gastado el dinero en esta cosa, pero lo amo -admitió, encogiéndose de hombros-. Así que, ocupará un lugar de honor en mi salón.
Al día siguiente, ella llamó a su puerta y lo invitó a que viera lo que había hecho con el «sillón espantoso». Apenas entró en la casa, él aspiró el aroma a canela y clavo que inundaba su departamento, un aroma que había llegado a identificar plenamente con ella, y que le hacía recordarla en distintos momentos y lugares. Especialmente, durante las vacaciones.
El sillón estaba colocado en una esquina junto a una horrorosa lámpara de pie decorada con cupidos voladores. Detrás del sillón había colgado un cuadro de unos perros jugando al póquer, y el toque final a la zona lo ponía una pequeña alfombra dorada que parecía haber sido rechazada de la película de Aladino. La esquina contrastaba enormemente con el resto del salón, de líneas suaves y colores femeninos.
-Lo llamo la esquina de la testosterona -anunció ella, conteniendo la risa.
-Creo que mi testosterona se siente ofendida -comentó él secamente.
Lali lo miró unos instantes y comenzó a reír.
-A pesar de eso, me gusta.
La combinación de mujer sutilmente sexy, dispuesta a ser un poco ridícula porque amaba a su padre, conquistó a Peter.
Claro que eso no se lo había dicho. Lali sabía que él existía, por supuesto, pero lo consideraba un amigo, no un hombre de carne y hueso. Una situación de la que sólo podía culparse a sí mismo.
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Laliter: "Lo que siempre deseé "
FanfictionReceta para una acalorada navidad: Mezclar: Una mujer decidida a animar las vacaciones con un atractivo amante nuevo. Un millonario guapo y sofisticado. Un viejo amigo aún más guapo, para volverlo todo un poco más picante. Agregar un seductor beso b...