capitulo 17

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Victoria dormía, con la cabeza ladeada hacia la ventana del avión y la boca entreabierta en una dulce rendición.

Junto a ella, Bedoya-Agüero frunció los labios, deseando saborearla. Deseando recorrer con la boca aquella piel suave. A pesar de sus dudas iniciales, ella se había manejado brillantemente en su misión.

En aquel momento, él sólo quería manejarla a ella.

Apretó los dedos, conteniendo el deseo de acariciarla, de comprobar que se le aceleraba el pulso, de verla ruborizarse de deseo. Se habían juntado en aquella misión para capturar al enemigo.

Nunca habría imaginado que ella capturaría su corazón. Thiago Bedoya-Agüero nunca se ataba a ninguna mujer.

Al menos, nunca hasta entonces.

Se abrió una puerta de la cabina y entró una azafata: alta y delgada, vestida con un sastre y un gorro azul sobre su pelo impecablemente peinado. Un par de alas doradas en la solapa brillaron bajo la tenue luz de la cabina. Fue preguntando a los pocos pasajeros si querían algo de beber u otra cosa. Sin embargo, no apartaba los ojos de Thiago. Por fin, llegó hasta él.

-Señor Bedoya-Agüero -dijo con voz aterciopelada-, ¿necesita algo?

Se inclinó hacia adelante para recoger la taza vacía de la mesa y se le entreabrió la blusa, revelando unos senos perfectos apenas ocultos bajo encaje blanco.

-¿Café? ¿Té? -añadió, y sonrió de manera cómplice-. Lo que desee.

Él esperó la familiar tensión en su entrepierna que sabía bien cómo calmar. Pero se frustró aún más cuando eso no sucedió. No quería nada de aquella mujer, y esa realidad lo abrazó como un saco nuevo, nada familiar pero muy cómodo.

-Nada -dijo, mirándola firmemente a los ojos-. Nada de nada.

Ella enarcó una ceja.

-¿Está seguro?

-Sí.

La mujer sacó una pistola de su bolsillo.

-Qué pena, señor Bedoya-Agüero. Porque no tolero bien el rechazo. Nada bien.

Peter frunció el ceño ante la pantalla de su computadora. Tenía un problema serio.

Se removió en su asiento para poder contemplar su problema, todavía dormido junto a él. Maldición.

¿En qué estaba pensando? Le quedaban menos de dos semanas para terminar el libro y perfilar el siguiente, y no podía concentrarse debido a la mujer que tenía al lado.

Se le taponaron los oídos, señal de que el avión empezaba a descender. A su lado, Lali dormía con la boca entreabierta, igual que Victoria. Peter sintió cómo se le secaba la boca y se le tensaba el cuerpo al recordar el sabor de aquellos labios. Ojalá pudiera sentirlos de nuevo.

Se imaginó el gemido apagado de ella, y cómo lo sujetaba por la cabeza, lo acercaba hacia ella y lo besaba con tal intensidad que, sólo de pensarlo, casi alcanzó el orgasmo.

Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba duro como una roca, y feliz de tener una manta y la computadora sobre sus piernas, para ocultar aquella evidencia de sus pensamientos.

Lali seguía con los ojos cerrados y la respiración regular. La lujuria no había interrumpido su descanso, ni la excitación coloreaba sus sueños. Cualquier ilusión que él se había hecho de haber visto un destello de deseo en su mirada, seguramente eran más bien eso, una falsa ilusión.

«Ella quiere ser seducida», había dicho Bauti. Seducida por otro hombre, ése era el problema: convertía sus fantasías de acostarse con ella esa semana en algo casi imposible.

Aun así, tenía que probar. No quería perder su amistad, pero aún menos quería perderla frente a otro hombre. La enorme bestia de los celos había levantado la cabeza.

El inconveniente era que no conocía bien las reglas del compromiso.

Porque, aunque él escribiera sobre un tipo que sabía qué decir a las mujeres y acababa en la cama con ellas sin esfuerzo, la vida real era otra historia.

-Creo que nos perdimos -dijo Lali, sacando la mirada del mapa que les entregaron al momento de alquiler el auto-. ¿Ves ese edificio? Ya lo pasamos dos veces.

-¿Todavía estamos en la calle 10? -preguntó Peter.

Ella giró en su asiento.

-«Puesta del Sol» -contestó, leyendo una placa-. ¿Cómo llegamos hasta acá?

-Supongo que hemos girado mal -dijo él, y la miró de reojo-. O eso, o las hadas están jugando con nosotros.

-Mi capacidad de orientación es más que buena -advirtió ella, agitando el mapa-. Creo que tu hipótesis de las hadas podría ser posible.

-De acuerdo, copiloto. ¿Cómo regreso a donde necesito estar?

-¿Es una pregunta literal, o hablamos desde una perspectiva filosófica?

-Quedémonos en lo básico: derecha, izquierda, norte, sur.

Ella puso los ojos en blanco, fastidiada.

-No eres nada divertido.

Lo cual no era cierto. Hasta llegar a aquel punto, se había reído más que en muchos años.

-Voy a doblar aquí -anunció él, doblando a la izquierda-. ¿Y ahora, qué?

-Espera, que me ubique...

-¡Ja! -exclamó él, señalando un cartel por su ventanilla-. Punta del Este centro. Y yo ni siquiera tengo el mapa.

-Me ofrecí a manejar, pero tú insististe en que fuera la copiloto. Si nos perdemos completamente, tú serás mitad responsable.

-Puedo vivir con eso.

-¿Y por qué te importa el centro? El hotel se encuentra en el malecón.

-Porque me muero de hambre. Comamos algo, y después buscamos el hotel. Además, quiero empaparme del ambiente local.

-Sin duda, ahí lo tienes -dijo ella, contemplando La Plaza.

Continuará...

Laliter: "Lo que siempre deseé " Donde viven las historias. Descúbrelo ahora