capitulo 21

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Lamentaba haberle contado sus dificultades para pagar el alquiler en una ocasión, en que había rechazado un trabajo porque quería dos semanas libres para pulir su primer manuscrito. Le gustaba que Lali se preocupara por él, pero era evidente que creía que cualquier día acabaría durmiendo en la calle.

-De acuerdo, no eres un indigente. Pero ya me compraste un regalo de Navidad.

Convencerla para que lo dejara regalarle la pulsera estaba divirtiéndolo más de lo que debería.

-Es verdad -dijo él-. Pero éste no se debe a ninguna fecha en particular.

-No sé...

-Una pulsera no va a dejarme en la miseria -insistió él-. Y somos amigos, ¿no?

Ella inspiró y asintió.

-Los mejores -aseguró, y a Peter le pareció notar cierto deseo en su voz.

-Entonces, demostrémoslo -dijo él, acercándose de nuevo a la manta del artesano-. Además, a Bedoya-Agüero podrían pasarle información grabada en una joya como ésta.

Ella sonrió al tiempo que extendía el brazo.

-¿Así que todo esto es trabajo de campo para tu novela?

-Tal vez no todo -admitió él, rozándole la muñeca con el pulgar antes de cerrar la pulsera.

Lali tragó saliva. Sus ojos destellaban bajo la tenue luz. Elevó la muñeca y observó la pulsera atentamente, tocándose el lugar donde él la había rozado. ¿A propósito, o como un reflejo?, se preguntó Peter. No lo sabía y no quería interpretar más que lo que había en el momento.

No quería hacerse ilusiones. Pero no podía evitarlo: tenía el corazón y la respiración acelerados.

Y era muy consciente de la mujer que tenía a su lado.

En resumidas cuentas, sí que era cautamente optimista. ¿Era eso un crimen? Se centró en el artesano.

-¿Cuánto le debo?

El precio era más que razonable, especialmente cuando él habría pagado fácilmente cuatro veces más por el simple placer de ver a Lali llevando un regalo suyo.

Se despidieron del anciano y continuaron su camino entre los puestos. Sin embargo, Peter no prestó atención a ninguno de ellos. La cabeza iba a estallarle de tanto pensar. Había ganado puntos aquella noche, estaba seguro.

-Mira, Peter -dijo ella, tomándolo del brazo, un gesto espontáneo que lo hizo derretirse.

Ella era una dulce tortura, y no se daba ni cuenta.

Él se obligó a sonreír e intentó hablar con soltura.

-¿Qué?

-Esa fogata.

Un restaurante había hecho una fogata junto a su terraza, entreteniendo a los comensales y atrayendo a los clientes al interior. El aroma a leña de pino inundaba el aire, era una tentación inevitable.

-¿Te provoca otra copa?

Por un momento, temió que ella quisiera regresar al hotel. Pero, para su alegría, Lali sonrió y asintió, e incluso lo agarró de la mano, entrelazando sus dedos con los de él.

-Vamos -dijo ella-. A lo mejor, si lo pedimos, nos dejan tostar marshmallows.

La maître los sentó muy cerca de la fogata, cuyo calor los abrazó y relajó al instante. Eso era bueno, pensó Peter. Relajada, tal vez Lali bajara la guardia.

Pidieron vino y algo para picar. Cuando les llevaron el pedido, él propuso un brindis.

-Por un comienzo perfecto.

-Lo ha sido, ¿no? -dijo ella, chocando su copa-. Gracias por haber dejado que viniera. No hemos llegado aún, y ya estoy divirtiéndome.

-No me des las gracias -respondió él, mirándola a los ojos y tocando suavemente la pulsera que, para él, identificaba a Lali como suya-. Para eso están los amigos, ¿no te parece?

Lali tragó saliva y, bajando la mirada, se acercó la copa a los labios. Parecía nerviosa, pensó Peter. Bien. Él la quería así, nerviosa y confundida. Quería que olvidara su misión de seducir a Pablo, y que en su lugar cayera en sus brazos. Y en su vida.

-¿Una rosa para la dama?

Peter se sorprendió al ver a la mujer con una canasta llena de fragantes rosas. Y advirtió la ilusión en los ojos de Lali.

-Claro -dijo él, comprándole una flor.

-No recuerdo la última vez que alguien me regaló una rosa -confesó Lali-. Es todo un detalle.

-No hay de qué -dijo él, entregándole la hermosa flor roja.

La observó cerrar los ojos e inclinarse para olerla, y se imaginó que, cuando los abriera de nuevo, sus ojos brillarían de deseo, le sonreiría, entreabriría los labios y pronunciaría su nombre, suavemente...

-Pablo.

Peter parpadeó, atónito. Aquello no era lo que esperaba.

-¿Perdón?

-Lo siento -dijo ella, mirando por encima del hombro de él-. Pero ese es Pablo Martínez.

Peter contuvo una maldición y se giró en su asiento. Pablo se acercaba a ellos a grandes zancadas, con una amplia sonrisa en la cara y los brazos abiertos de par en par.

A juzgar por el destello en la mirada de Lali, sin duda Pablo era su fantasía, pensó Peter.

¿Y cómo iba él a competir con eso?

Continuará...

Laliter: "Lo que siempre deseé " Donde viven las historias. Descúbrelo ahora