Travesuras

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—¡Oh, no! —se expresó temerosa. No es como si nunca hubiera visto uno. Pero la combinación de esa persona con el vehículo a dos ruedas parecía no ser la ideal en retrospectiva con lo enérgica que puede llegar a ser.

Había salido al estacionamiento de su escuela para recoger unos documentos en la camioneta cuando se encontró a cierta morena quien la esperaba.

—Hola, Chef —Envuelta en una sonrisa, dejó el casco a un costado para darle soltura a su melena, haciendo que callera a cascada dado el largo ondulado que tenía. Estaba contenta de verla al fin en un lugar que no fuera el departamento o la recepción del edificio.

Aunque tampoco podía quejarse. La semana que procedió de su accidente tuvo la dicha de gozar de las atenciones de su chef por algunos lapsos de la noche.

Debido a que Jennie —por disposición médica— tuvo que quedarse en casa, su amiga se había ofrecido a hacerle compañía —por breves momentos— después del trabajo.

Por instinto, lo primero que a su mente llegó fue el asombro.

—¿Qué haces aquí? —recompuso su mirada. Estaba confundida, más por verla llegar en tremenda motocicleta y no, como lo suele hacer.

—Pues tuve una reunión en la empresa de la que no podía zafarme. Y... aprovechando que el tiempo estaba a mi favor, decidí hacerte una visita antes de que entraras a tu segundo turno con tus alumnos.

—¿Y la moto?

—Oh, esto. No te fijes tanto. La moto la tengo desde que llegué al país. Casi siempre está guardada, pero como aún no terminan las vacaciones que le di a mi chofer por mi incapacidad, decidí sacarla a pasear.

—Pero... pudiste tomar un taxi o un transporte privado. ¡No deberías andar así!

—¿Lo dices por mi tobillo? Descuida, ayer por la tarde el doctor me dio de alta. Fui en la mañana a revisión médica y me dijeron que todo estaba en orden. Así que... ya puedes disfrutar de mi presencia en el curso de cocina.

La chef guardó silencio, pues tal pareció que Jennie no comprendía la situación. ¿Es que ella no era consciente de la peligrosidad de un vehículo como la moto? Se preguntó.

—En fin, Chef. Solo venía a saludarte y...

—¿Por qué no te quedas? —soltó de repente. Aunque quiso denegar al instante, la propuesta ya la había hecho.

—¿Cómo dices? ¿Quieres que me quede contigo?

—Sí, por supuesto. Anda, que tengo algunas cosas que hacer —abrió la puerta de su camioneta para bajar lo que fue a buscar—. Espérame y nos vamos juntas.

—¿Puedo guardar el casco aquí? —señaló el asiento del copiloto.

—Claro.

Ingresaron a la oficina de la chef. Antes de iniciar con la clase tuvo la intención de revisar unos papeles del restaurante —aclarando "tuvo" porque Jennie parecía dispuesta a hacerle ver a su compañera que fue mala idea darle acceso a su espacio de trabajo como una "compañía silenciosa"—.

—Tengo hambre.

—Puedes pedir algo a la cafetería que tenemos en el edificio. Llama para que te traigan algo a mi oficina.

—No, no es lo mismo. Quiero que tú me cocines. Algo como lo que hiciste en los últimos días, no estaría mal.

—Lo siento, pero hoy no puedo.

—¡Qué! ¿Por qué? ¡Ah, qué mal! Bueno, entonces, tendré que pasar a retirarme. Muero por una de esas sopas frías que preparan en...

—¿Pedirás un taxi? —la interrumpió interesada.

Segundas oportunidadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora