Solcito.

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Los días se sentían pesados, me asfixiaban como si cada segundo que pasara me alejara aún más de él.
Habíamos hablado mucho de este día, de lo que nos costaría alejarnos, de lo que el lazo nos haría.

Le dije que estaríamos bien, que podríamos soportarlo. Porque no podíamos cambiarlo, era el Alfa, de todos y cada uno de los lobos.

Era su deber estar ahí.

Aún tenía su parte infernal, la que Lucifer le había otorgado, su magia, sus alas, todo lo que lo hacía ser el invencible Blake Morningstar.

A pesar de eso, su lado animal controlaba todo, cada parte, él era más lobo que ángel, más lobo que infernal.

En cambio yo, era más ángel que lo que sea que había en mi sangre, eso nos alejó por mucho tiempo. Mi pureza lo alejaba de mi, nos decían celestiales, éramos los únicos capaces de invocar la luz.

Los infernales, aquellos demonios que permanecían en el infierno, o aquellos ángeles que cayeron. Solo podían invocar la oscuridad.

Yo era luz, Blake era oscuridad.

Recordé mientras caminaba hacia la universidad, ya tenía casi veinte años y él me había dicho que debía estudiar o trabajar.

Decidí hacer ambas, me inscribí en una especie de licenciatura en historia antigua, era bastante fácil, ya que había estudiado todo sobre la raza humana en su momento.

Por la tarde, tenía un trabajo de medio tiempo, era una biblioteca y era el encargado del piso. Me enorgullecía de las conexiones humanas que había creado. Había una niña que siempre venía a comprar las mismas sagas de fantasía y mostraba todos sus dientes.

Era nuestro pequeño rayito de luz.

Nuestro, de Erick y mío, él tendría unos veinticinco, su cabello me recordaba a la zanahoria que tuve como hermana mucho tiempo, era rojizo y con perfectos rizos que se enredaban a lo largo de su cabeza. Sus hombros eran algo anchos, era alto pero no lo suficiente para pasarme, su coronilla llegaba a mi nariz, quizás.

Nunca lo había tenido tan cerca.

Pero no era fácil sacar la diferencia entre nuestras alturas. Sus ojos eran lo más llamativo, a pesar de su altura y su porte, eran verdes y un tono turquesa los rodeaba, casi como una perfecta circunferencia que encapsulaba todo el verde dentro.

Su energía era calma y tranquila, siempre estaba sonriendo y con aquella voz suave que acariciaba tus oídos. Sabía mucho de todo, siempre tenía las respuestas.

No había tenido la oportunidad de presentarle a Blake, aunque lo había olfateado en la ropa que siempre usaba para venir aquí. Había dicho "no me agrada lo inocente que se huele".

Había reído cuando lo escuché decirlo, lo extrañaba tanto. Suspiré rozando los lomos de cuero de los libros que tenía entre mis manos.

Escuche a Erick decir algo en mis espaldas pero estaba tan sumergido en mis recuerdos que no le respondí.

— Solcito, ¿me escuchas?. — preguntó divertido alcanzándome otro libro para que acomodara sobre la mesada donde solíamos poner los que estaban en oferta.

— Ya hablamos sobre ese apodo.. — lo recriminé notando la sonrisa que tenía, parecía iluminarlo todo. Tomé el libro de sus manos y lo acomodé en la pila que estaba creando detrás del cartel de "todo por veinte dólares"

Solcito.

Me había llamado así el primer día que cruce esa puerta en busca de un trabajo, había visto mis rizos algo largos cayendo sobre mis ojos y lo primero que dijo fue "luces como un solcito". Luego me explico que era porque sentía que irradiaba luz.

Sam - Entre sangre y cenizas. (Entre mundos parte II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora