CAPÍTULO 1: Eva

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Sonó el despertador en el cuarto de Eva. Eran las 06:50. Apagó el despertador y se levantó en seguida. Ella era muy madrugadora, a diferencia de su hermano. Erik podía pasarse 12 horas durmiendo a pierna suelta, y las alarmas no le funcionaban. Cuando por fin se levantaba, en realidad seguía dormido, porque apenas abría los ojos y hacía todo muy lentamente. Sin embargo, para cuando bajaba a desayunar ya era un torbellino de energía. Rubio, alto y de ojos marrones, era también muy comilón. Se preparaba un desayuno monumental, lo engullía en tres segundos y salía corriendo para no llegar tarde a clase. Se retrasaba muy a menudo, porque siempre se levantaba muy tarde.

Eva era diferente. Tenía dos años menos que su hermano, que tenía catorce. Ella, con doce años recién cumplidos, ya cursaba primero de la ESO. Iba un curso más adelantada de lo que le correspondía por su edad, ya que era muy inteligente. Tenía un largo cabello negro y electrizantes ojos azules, que aterrorizaban a las chicas y dejaban embobados a los chicos.

Se vistió rápidamente y bajó a desayunar. Como imaginaba, Erik aún dormía, pero sus padres ya estaban desayunando.

- Hola, Eva - la saludó Jack, que estaba preparando tortitas -. ¿Qué tal has dormido?

- Bien - respondió ella. Sentía una especie de repulsión hacia Jack, pero intentaba disimularlo. Era consciente de que a Jack le pasaba lo mismo -.

- Buenos días, cariño - dijo su madre -.

- Hola, mamá.

Eva se sentó a la mesa y empezó a pelar una manzana.

En aquel momento se oyó un estruendo procedente de arriba, y Erik apareció por el hueco de la escalera. Iba corriendo y casi chocó con Jack, que río alegremente.

- Hola, hijo. ¿Has dormido bien?

- Muy poco - para Erik, dormir seis o siete horas era dormir «muy poco» -. No como ella - dijo señalando acusadoramente a Eva con el dedo.

Ella sabía a qué se refería. La noche anterior, Eva había anunciado que tenía sueño y que se iba a la cama. Eran apenas las diez, pero ella prefería acostarse pronto. En cambio, su hermano se había quedado levantado tres horas más. Era normal que «no hubiera dormido lo suficiente».

Erik se sentó a la mesa y empezó a devorar las tortitas que su padre había preparado. Después de cinco tortitas y dos vasos de leche fresca, decidió que ya estaba lleno y se fue corriendo a prepararse la mochila. Eva terminó su manzana y se dirigió tranquilamente al salón. Ella ya había preparado su mochila el día anterior, antes de acostarse. Era muy organizada y responsable. De su hermano no podía decirse lo mismo, ya que era todo lo contrario. En aquel momento corría por la casa cargado de cosas, y de vez en cuando se agachaba para recoger alguna que se le había caído.

Pasaron varias horas, y llegó la hora de comer. Eva recogió sus cosas y salió de la clase. Siempre esperaba a que salieran todos los demás, porque no le gustaba apretujarse con toda la gente para salir. Erik solía esperarla en la entrada, porque él siempre salía el primero, y corriendo a toda velocidad. Las chicas de su clase lo seguían con la mirada y suspiraban.

A ojos de todo el mundo, Erik era el chico perfecto. No era superdotado como su hermana, pero no tenía problemas para sacar sietes y ochos, y su permanente diez en educación física. Jamás había suspendido una asignatura, aunque sí algunos exámenes. Pero Erik era amable, generoso y muy sociable. Tenía amigos hasta debajo de las piedras, y todas las chicas estaban locas por él. Era un chico con mucha energía y un estómago aún mayor. También se le daba genial dibujar, y se pasaba las tardes haciéndolo. Dormía muchas horas seguidas, y tenía el sueño muy profundo, como su padre. También había heredado su tendencia a ducharse con agua fría, y su temperatura corporal era siempre un par de grados más alta de lo normal.

Éste era un asunto que preocupaba bastante a Jack, ya que sospechaba que el origen de esto podría ser su alma de dragón. Victoria también estaba preocupada, pero intentaba no pensar en ello. Los niños empezaban a dar signos de que una parte de su alma, por muy pequeña que fuera, era sobrenatural como la de sus padres. Cuando Jack miraba a Erik, se sorprendía a sí mismo acordándose de su terrible infancia, de cómo quemaba cosas sin querer y de su permanente sensación de no encajar, de que aquel no era su sitio. Victoria también se acordaba de ella misma cuando veía a Eva pasar desapercibida para el resto de la gente, pero con ella nunca funcionaba, y tampoco con Christian.

Éste los visitaba una vez al mes, y se quedaba sólo un par de días. Luego volvía a Nueva York, supuestamente para proseguir con su carrera de cantante, pero en realidad estaba muy ocupado trabajando en el portal con Shizuko. También componía canciones nuevas de vez en cuando, pero no era su prioridad.

- ¡Eva! ¡Eva! - la voz de Erik sacó a Eva de sus pensamientos.

- ¡Ya vooooy! - respondió ella, y se acercó a su hermano.

Salía sola, porque no tenía amigos, y no los echaba mucho en falta. Eva opinaba que tanto los niños de su edad como los de su curso eran estúpidos, y prefería estar sola a relacionarse con ellos. Los niños se quedaban embobados mirándola, y eso le parecía asqueroso. Pero las niñas eran peores. Se burlaban de ella cuando tenían ocasión, y entonces Eva respiraba hondo y seguía adelante. Últimamente  se estaban pasando de la raya, pero ella intentaba no pensar en ello. Llevaba toda su vida así, y ya debería estar acostumbrada.

Sin embargo, esto preocupaba a su hermano. Erik tenía montones de amigos, y algunos muy buenos. Por eso no soportaba ver a su hermana pequeña siempre sola. Claro que él no sabía que Eva era una shek, y por eso no necesitaba tanta «vida social». Así que Erik le preguntaba de vez en cuando si tenía amigos y amigas, y quiénes eran. No lo hacía demasiado, para no agobiarla, pero en el fondo estaba profundamente preocupado por ella. Se dijo que lo hablaría con Christian en cuanto tuviera ocasión. Sabía que si seguía insistiendo él no obtendría respuesta.

Eva sólo confiaba en dos o tres personas. Su hermano era una de ellas, a pesar de su alma de dragón. Extrañamente, y para alivio de sus padres, el instinto nunca les había dado problemas. Pero en quien ella más confiaba era en sus padres. Su madre era maravillosa, y cuidaba de sus dos hijos con esmero. Confiaba mucho en ella, pero con su padre era otra cosa. Eva sentía que, aunque quería mucho a Victoria y Erik (y también a Jack, aunque un poco menos), sólo su padre podía comprenderla de verdad. Podía contarle cualquier cosa a su padre, y por eso aguardaba sus visitas con impaciencia. Precisamente, aquel día iba a producirse una de aquellas visitas, y por eso se apresuró a llegar junto a su hermano.

- Venga, Erik, vámonos a casa - urgió Eva con impaciencia. Se moría de ganas de ver a su padre.

- Ya vamos, ya vamos...

Eva tenía prisa y Erik se moría de hambre, así que llegaron pronto a la mansión de Allegra. Nada más abrir la puerta, la chica se precipitó hacia el salón con urgencia. Como había imaginado, allí estaba su padre, después de un largo mes. Eva se refugió entre sus brazos, feliz de volver a verlo.

- Hola, Eva - la saludó Christian -. ¿Qué tal estás?

- Bien - respondió ella.

Cuando Erik oyó esto, su cara cambió. Seguía preocupado por su hermana. El shek se dio cuenta del gesto, y se dijo que algo raro pasaba con sus hijos. Pero no era el momento de pensar en ello. Era hora de comer, Jack lo anunciaba desde la cocina. Era un excelente cocinero, al igual que Victoria, y los dos disfrutaban realizando esta tarea juntos. Sin decir una palabra, todos fueron a la cocina.

Memorias de Idhún: Erik y EvaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora