Erik salió de la habitación y casi chocó con los dos hombres que subían las escaleras. De pronto recordó que antes se había levantado de la mesa sin decir nada, y que se suponía que él y su hermana seguían enfadados. Así que caminó unos metros, entró en el baño y cerró estruendosamente la puerta, ignorando a Jack y a Christian. Sin embargo, en seguida se agachó y miró por debajo de la puerta, para ver lo que hacían.
- ¿Seguro que sabes dónde las has dejado? - estaba diciendo Jack.
- Que sí, que sí... Se perfectamente dónde están. Eres tú el que siempre pierde todas sus cosas.
«¿De qué están hablando?» - se dijo Erik.
Los dos hombres se dirigieron a una puerta que había al fondo del pasillo. Era la puerta que daba al desván. Abrieron la puerta y empezaron a subir las escaleras, cerrando la puerta a su paso.
Se oyó un ruido de objetos cayendo estrepitosamente. Erik supuso que el desván estaría lleno de cosas, y que a Jack y a Christian iba a resultarles complicado encontrar lo que fuera que habían ido a buscar. Sin embargo, no tardaron en volver a aparecer tras la puerta, esta vez cargando con varios objetos que el chico no pudo identificar. Uno era largo y acababa en una especie de bola, y los otros dos tenían forma de... ¿espadas?
Jack y Christian bajaron las escaleras, y Erik fue tras ellos sigilosamente. Los vio llegar al salón y reunirse con Victoria, que estaba escribiendo algo en un papel. A lo mejor se trataba de la nota que iban a dejarles antes de irse a aquel lugar tan extraño que habían mencionado hacía un rato.
- ¿Lo tenéis todo? - preguntó Victoria alzando la vista del papel.
- Sí - respondió Christian solamente.
- Pues escondedlo en algún lugar para que esté todo listo mañana por la mañana - apremió Jack impaciente -. ¿Has escrito la nota?
- Sí. Según esto - explicó Victoria -, hemos ido a «hacer unos trámites», y volveremos a la hora de comer. Tendremos hasta entonces para acondicionar Limbhad. ¿Será suficiente?
- Nos apañaremos - zanjó Christian esbozando una media sonrisa.
Erik se había quedado en la parte de arriba de las escaleras para oír lo que decían, pero decidió que ya había oído suficiente. Si sus padres querían irse a donde fuera que se iban, tendrían que hacerlo delante de sus narices. Así que a la mañana siguiente se levantó pronto, antes de que sus padres se fueran. Era sábado, así que no había clases.
- Mamá, ¿qué hay para desayunar? - preguntó Erik mientras bajaba las escaleras. Ignoró a los dos hombres, porque se suponía que seguía enfadado con ellos.
En realidad, hacía mucho tiempo que no lo estaba. Su rabia se había esfumado, para dar paso a una profunda curiosidad por lo que los adultos se traían entre manos.
- No lo sé, hijo - respondió Victoria intentando aparentar normalidad -. Mira a ver si hay algo en la nevera.
Erik entró a la cocina, y al poco tiempo volvió a salir, esta vez con unas tostadas y un poco de queso. Se sentó en el sofá, dispuesto a interrumpir a sus padres todo lo posible, y de paso averiguar algo más.
En aquel momento llegó Eva. Su hermano casi se había olvidado de que ella seguía allí.
- Erik, ¿puedes venir un momento? - preguntó la chica asomando la cabeza por el hueco de las escaleras.
- Espera, que estoy desayunando - respondió Erik, lanzando miradas a los adultos para hacer entender a su hermana que lo del desayuno no era más que una excusa.
- Pues mira - dijo Eva captando el mensaje -, resulta que yo también tengo hambre. ¿Qué estás comiendo?
- Tostadas con queso. ¿Quieres?
- Hazme un sitio, que voy.
Jack, Victoria y Christian, que habían escuchado toda la conversación, se habían dado cuenta de que aquello no era normal. Eva no solía desayunar los fines de semana, y cuando desayunaba, jamás lo hacía con su hermano. Cogía una fruta de la cocina y se la llevaba a su cuarto. Aquello era realmente extraño.
- Por cierto - dijo Erik de pronto -, ¿ibais a alguna parte?
- ¿Nosotros? - preguntó Jack - Ah, sí, íbamos a... - intentó recordar la mentira que se había inventado su mujer - «hacer unos trámites». Volveremos para comer.
- Ah - comentó Eva, que ya se había dado cuenta de que era mentira -. Vale, pues hasta luego.
- Sí, hasta luego - respondió Christian.
Los tres adultos salieron de la casa, y cerraron la puerta a su paso. Una vez fuera, caminaron unos minutos por si a sus hijos se les ocurría mirar por la ventana. Luego pararon, y se tomaron de las manos.
- ¿Estáis listos? - preguntó Victoria a los dos hombres.
- Vamos allá - respondió Jack.
- Pero rápido - dijo Christian -. Los niños no deben enterarse.
La mujer cerró los ojos, y llamó al Alma de Limbhad. Ésta la recibió con cariño, pues ya la extrañaba, a ella y al resto de los idhunitas.
Pasados unos cuantos segundos, la tríada ya no estaba allí. Habían regresado a su refugio, a la Casa en la Frontera. Y aunque pronto volverían a casa, a partir de aquel momento ya nada iba a ser igual.
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Memorias de Idhún: Erik y Eva
أدب الهواةESTA HISTORIA CONTIENE MUCHOS SPOILERS SOBRE LA TRILOGÍA, ASÍ QUE NO TE RECOMIENDO LEERLA SI NO HAS TERMINADO DE LEER LOS LIBROS. La tríada y sus hijos han abandonado Idhún para instalarse en la tierra. No han dicho nada a sus hijos sobre quiénes so...