Episodio 23: Los Chuches de las Promesas

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Juliana se despertó aquella mañana sintiéndose como quien ha ganado el cielo, había conseguido la oportunidad por la que tanto suplicó al universo, el amor de su vida volvía a abrirle las puertas de su corazón y a entregarle la llave. Valentina yacía desnuda a su lado, después de una noche de entrega y pasión, y ella la observaba con la delicadeza de un artista cuando sabe que está frente a una obra de arte. Se sonreía con ganas de salir corriendo a gritar a todo mundo que otra vez su ojiazul la tomaba de la mano y que estaba lista para no soltarla nunca más. Acariciaba su espalda suavemente, con la yema de los dedos, y repetía "te amo" susurrados para no despertarla, deseaba permanecer ahí solo mirándola por un largo rato para hacerse a la idea de que no se trataba de un sueño. Era realidad, volvían a ser novias, a tener una relación amorosa, a pesar del dolor de la separación, por encima de las dudas, dejando de lado los errores del pasado, regresaban a ser ellas y su amor profundo y sin límites.

Pasó un poco más de tiempo y la castaña empezó a moverse de forma perezosa, giró su cuerpo hasta quedar acostada sobre su espalda, dándole a la morena una visión privilegiada de sus pechos. Los devoró con ojos famélicos, con ganas de acercar su boca y disfrutar de ellos, salivó pensando en las sensaciones de su lengua sobre aquellos hermosos y delicados pezones. Reprimió sus ganas unos instantes para tomarle una fotografía con su móvil, solo para mostrársela luego, y atacó con el hambre de los depredadores de la selva. Empezó a besarla suavemente en la comisura de sus labios, dibujó una línea de besos desde su mandíbula hasta el valle entre aquellas perfectas colinas que se levantaban en su pecho. La pequeña sonrisa cómplice que apareció en los labios de Valentina, cuyo corazón empezaba a latir despavorido, le dio permiso para seguir su camino, dejó pequeños toques de labios y entonces empezó a besar, chupar y morder sus pezones con ganas y sin miramiento alguno.

Los gemidos de la ojiazul hicieron eco en la habitación mientras enredaba sus manos en el pelo de Juliana para evitar que abandonara siquiera un instante las maravillas que hacía con su lengua. Su centro se humedeció con rapidez y su clítoris pidió a gritos ser atendido, se miraron por primera vez a los ojos esa mañana y supieron que su nueva historia iniciaba.

- Te amo, Val – susurró la morena mirándola fijamente.

- Te amo, Juls – le respondió tomando su rostro con ambas manos y haciendo que la besara. Fue un beso impúdico y algo torpe por la premura de las ganas, la castaña se giró sobre su lado derecho para quedar en encima de ella a la vez que la pelinegra acariciaba sus pechos con ambas manos.

- Son tan perfectos, están hechos para mí – dijo orgullosa al ver el color rojo que teñía las mejillas de la ojiazul – para ser tocados por mí – Valentina se los acercó a la boca para que volviera a degustarlos mientras ella soltaba frases poco educadas y empezaba a balancear sus caderas en busca de contacto. La intimidad de la fotógrafa estaba hecha un desastre húmedo y su mujer sonrió al palparlo con sus manos.

- ¿Qué quieres que haga? – preguntó con voz ronca y seductora.

- Quiero que me cojas - respondió y de inmediato sintió como la penetraba con dos de sus dedos. La escuchó soltar un grito de placer cuando empezó a entrar y salir de ella con maestría, la besaba, mordía sus labios y su cuello, apretaba sus caderas con ambas manos en un intento por aguantar un poco más, pero era imposible. Valentina conocía su cuerpo a la perfección, sabía cómo hacerla explotar en cuestión de segundos, salió de ella cuando el grito ahogado de la morena retumbo en la habitación. Sus savias escurrieron por sus dedos y se dejo caer en el colchón con la respiración agitada y la sonrisa dibujada en los labios.

- Te amo – beso – te amo – otro beso – te amo – Juliana estaba en el paraíso, era demasiado perfectos lo que estaban viviendo.

- Te amo, mi vida – respondió la morena como pudo a causa de la agitación provocada por el orgasmo que acababa de tener. Sintió el peso del cuerpo de la ojiazul sobre el suyo, se volvieron a besar con pasión y hambre profunda, como si quisieran recuperar los tres años perdidos del tirón, la morena se inclinó hasta sentarse y la castaña abrió sus piernas a cada lado de ella para unir sus centros.

Olvídame TúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora