Capitulo 7

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Las lágrimas incontrolables corrían con mi rostro, mezclándose con las gotas de lluvia que habían aumentado su fuerza

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Las lágrimas incontrolables corrían con mi rostro, mezclándose con las gotas de lluvia que habían aumentado su fuerza.

Mi respiración estaba acelerada ante la sobredosis de recuerdos que atacaban sin piedad mi mente.

¿Cómo podía siquiera echarme la culpa de lo que le sucedía?

¿Como podía hacer como si yo fuera la mala de la historia cuando él fue el que mi impulsó a largarme de ahí?

Caminaba con rapidez y la lluvia me jugó una cuando mi pie se dobló y caí al suelo, mojando mi vestido y sintiéndome mas miserable que nunca.

Patética. Esa era la palabra que me describía con exactitud.

Sentía una rabia que solo aumentaba en mi interior, si fuera por mi pegaría la vuelta e iría a clavarle la punta de estos asquerosos tacones en cada ojo hasta arrancárselos y hacerme una sopa.

Infiel, mentiroso, cobarde.

Jamás pensé sentir tanto desprecio hacia la persona que mas amé pero en este momento lo sentía.

Me puse de pie como pude, apenas podía apoyar mi pie y cuando quise hacerlo solté un chillido de dolor y cerré mis ojos con fuerza, maldiciendo el primer idiota que se apellidó Rossi y que fue el responsable de la existencia de mi ex.

—¡Celeste! —durante un momento me paralicé al escuchar mi nombre pero cuando reconocí la voz de Francesca me tranquilicé.

—Perdóname, yo..., —quise explicarme pero todas las emociones se atascaron en mi garganta impidiéndome hablar o expresar cualquier cosa.

—Shh, tranquila —intentó tranquilizarme poniendo su mano en mi antebrazo—, vi que te caíste ¿te lastimaste en algún lugar?

Asentí.

—Apenas puedo apoyar mi pie —solté una risa desesperada pero las lágrimas volvieron a mis ojos—, lamento esto, tú tendrías que ir adentro y estar en la gala y...

—Nah, quédate tranquila —le restó importancia con su mano—. Apóyate en mi, iremos a un hospital.

—No quiero molestarte, yo puedo...

—Silencio, te apoyas e iremos a un hospital —su tono autoritario resaltó—, vamos.

Nos encaminamos a su auto, me había sacado el otro zapato e iba pegando pequeños brincos con mi pie bueno y sintiendo un terrible dolor que me helaba las venas cada vez que apoyaba mínimamente el otro.

Llegamos al hospital y tuvimos que esperar unos largos minutos, la mitad de estos los pasamos en completo silencio, agradecía la ausencia de cuestionamiento de Francesca pero de repente el silencio se me hizo muy espeso por lo que yo decidí romperlo;

—Oye..., respecto a lo que sucedió... —tomé aire para intentar dar una explicación pero fui interrumpida.

—No necesito que me des explicaciones, supuse que el señor Rossi no es de tu agrado —soltó una pequeña sonrisa de labios cerrados—, siéndote sincera, del mío tampoco y te aseguro que nuestro jefe lo detesta mas que tú y yo multiplicadas por mil.

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