Mantenía mi mandíbula apretada ante la insistencia de Gerard por asistir a la estúpida subasta dónde abundarían empleados estúpidos de empresas estúpidas.
¿Dije ya que me parecía estúpido?
En fin, allí me encontraba saludando a personas que desconocía y cuyos nombres probablemente olvidaría en cuánto se fueran hasta su mesa.
En mi defensa, eran sólo sanguijuelas que buscaban a quien chuparles la sangre.
—¡Eric! —escuché que por poco gritó alguien en mi oído.
Me estaba dando jaqueca.
—Hola, eh... —¿Quien se supone que es esta mujer?
—¡Soy Lucila! ¿Como puede ser que no me recuerdes? Tu padre nos presentó hace un tiempo —musitó mientras enredaba un mechón de su cabello pelirrojo en su dedo índice.
No recordaba ni su nombre, ni su apellido, ni mucho menos su cara.
—Claro que te recuerdo, ¿como has estado? —no me interesa en lo más mínimo.
—Bien, algo estresada por el trabajo ya sabes, algunas moscas engreídas se pegan pero con un matamoscas se arregla —su risa me sonaba forzada y me estaba molestando que me tuviera agarrado del brazo y estuviera respirando cerca de mi cuello.
¿Si me alejaba quedaba muy descortés?
No.
Con delicadeza solté su mano de mi brazo y me acomodé en traje, posteriormente recorrí el lugar con la mirada y localicé a mi padre por lo que me acerqué hasta él con la excusa de saludarlo.
—Hola papá —sonreí elevando solo una de las comisuras de mis labios.
—¿Que haces aquí? Te vi hablar con Lucila, deberías estar con ella, es muy conveniente para ti, ve...
—Que feo que ni siquiera me saludes, ¿Acaso estás tratando de emparejarme con alguien, papá? —elevé una de mis cejas a la vez que él ponía sus ojos en blanco—, creo que estoy bastante grande para buscar a una persona yo solo y cuando lo desee.
La tal Lucía volvió a acercarse y me contuve en hacer una mueca de desagrado.
Creo que no me gustaba el contacto físico.
—Eric, ¿me acompañas a mi mesa? Quiero retocar mi labial.
Me quedé estático en mi lugar mirándola con la clara intención de decirle; ¿me estas jodiendo? Sin embargo, ante la mirada juzgadora y fulminante de mi padre fui arrastrando los pies hasta una de las mesas con una muy poco disimulada cara de fastidio en mi rostro.
Mi mirada estaba enfocada en mis zapatos, estaban brillantes. Relucían y por poco se podía apreciar el reflejo de quien se acercara a mirarlos muy de cerca.
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Opción D: Amarte
Novela JuvenilCrecieron junto a un amor que juraba ser fuerte y superar cualquier adversidad que se atreviera a enfrentarlos. Él la amaba, adoraba y protegía, decía siempre que ella era la indicada. Ella lo hacía feliz, cuidándolo y protegiendo su corazón. Pero l...