Capítulo 20

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Ni siquiera me esforcé en contener las lágrimas, Celeste me había visto vulnerable mil veces y esta vez no sería diferente

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Ni siquiera me esforcé en contener las lágrimas, Celeste me había visto vulnerable mil veces y esta vez no sería diferente.

La decepción, el enojo y la rabia que recorría mi cuerpo no la había sentido en mi vida. Era una profunda desilusión de una persona que había sido tan importante en mi vida y que ahora prefería no ver nunca más. La impotencia me superaba y quería golpear algo, quería destrozar mis nudillos para ver si eso lograba calmar el resentimiento y el dolor que sentía mi cuerpo.

Necesitaba encontrar una forma de drenar todo el cúmulo de sentimientos que casi impedían que el aire pasara por mi garganta.

Casi habia olvidado que estaba acompañado cuando Celeste, de rodillas frente a mi, empujó mi cabeza hacia su pecho y me permitió llorar a mi gusto.

Su olor... su cercanía.

Se sentía como un hogar y honestamente me sentía lo suficientemente débil en este momento para no querer salir. Antes de percatarme enredó sus dedos en mi cabello y una pequeña ola de tranquilidad me recorrió, aunque no fue suficiente.

Ambos nos encontrábamos en el suelo y yo me había abandonado entre sus brazos mientras dejaba que las emociones brotaran de mi.

Estuvimos así durante más tiempo del que podría haber esperado pero ella jamás se apartó o mostró alguna señal de incomodidad.

Ella era tan malditamente incondicional.

Despegué mi cara de su pecho y miré su bonito rostro, descubrí que sus mejillas estaban húmedas y con las yemas de mis dedos las recorrí para secar esas lágrimas que se atrevieron a salir de sus ojos. Lo hice con la mayor cantidad de dulzura y delicadeza que pude reunir, como si se tratara de una muñeca de cristal que fuera a romperse en cualquier momento.

Era preciosa, hermosa, simplemente perfecta.

Y nos hicieron tanto daño.

—Perdóname —una pequeña sonrisa triste apareció en mi rostro—. Lo lamento tanto, bonita.

Celeste frunció el ceño y comenzó a negar con la cabeza.

—¿Que estás diciendo? —sus manos acariciaron mis mejillas y cerré los ojos ante la sensación—. Métete bien esto en tu cabeza, Eric. Tú. No. Tienes. La. Culpa.

—Te arrastré a un dolor innecesario, mi amor. Lamento esto, lamento tener a un patan de padre, lamento no haberme dado cuenta que tendría que habernos alejado de él, no fui lo suficientemente listo. No nos cuidé como merecíamos.

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