Capitulo 3

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Llevé nuevamente el vaso de cristal a mis labios y bebí

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Llevé nuevamente el vaso de cristal a mis labios y bebí.

Hace mucho no pisaba un lugar así. La musica rebotaba en las paredes e impactaba en mis oídos, las personas bailaban pegadas y el olor a alcohol, sudor y algún tipo de sustancia más permanecía en el aire.

—¡Felicidades a mi! —Gerard aplaudió y se sentó a mi lado—. Soy taaaan feliz amigo, mira esas luces, ¡Brillan mucho!

Okey, cuando lo vi solo pude pensar en que este tenía tres opciones:
Opción A: estaba borracho.
Opción B: estaba fumado.
Opción C: Todas las anteriores.

Elevé mis cejas y volví a llevar el vaso a mis labios.

—¿Por qué no vas a conquistar a alguna mujer? Mira que he visto como varias te miran, ¡Sería una buena oportunidad! ¿Hace cuanto no follas? —con su hombro me empujó, provocando que me moviera en mi asiento.

Puse mis ojos en blanco.

—Mi vida sexual no debería preocuparte tanto amigo.

—Ooooooh, vamos, no seas gruñón aquí, demasiado eres ya en la oficina.

—Llevas varios días queriendo que meta mi pene en alguna mujer ¿pretendes que te aplauda y te sonría?

—No, pero si que me agradezcas —Sonrió como si estuviera orgulloso de si mismo—. ¿Por qué no te das una oportunidad?

—Porque no tengo ganas —respondí intentando finalizar la conversación.

Gerard puso sus ojos en blanco.

—¿Y a bailar? —sonrió con maldad.

Si, claro que iré para que te burles de mi, idiota—pensé.

—No me gusta bailar —repliqué mientras miraba la multitud moverse unos contra otros, tan pegados que cualquiera pensaría que alguno se asfixiaría en cualquier momento.

Ni loco me metía ahí en medio.

—Antes te gustaba —Gerard dejó la frase flotando en el aire. y apreté mi mandíbula inconscientemente.

Nunca fui muy aficionado del baile, sin embargo mi pareja de aquel entonces disfrutaba bailar de vez en cuando, por lo que me propuse aprender y soportar alguna que otra canción.

Te encantaba bailar con ella no seas mentiroso.

Lo lamento amigo, unas señoritas me buscan —mi amigo me sacó de mis pensamientos a la vez que se ponía de pie y comenzaba a caminar moviendo exageradamente las caderas.

Agradecí al cielo que esas mujeres lo estuvieran llamando, ya me estaba sacando de quicio y eso que llevábamos hablando tan sólo unos escasos minutos.

Me recosté sobre el asiento mientras veía a mi amigo dirigirse a la pista con dos mujeres, una enganchada en cada brazo. Pensé en lo que me dijo: no seas gruñón, demasiado eres ya en la oficina. Reconocía que desde ese día mi humor se había vuelto algo más sombrío y me había vuelto más exigente con mis trabajadores.

Opción D: Amarte Donde viven las historias. Descúbrelo ahora