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El omega termina saliendo del baño, se seca bien y se pone los pantalones y una camisa de manga larga de vestir, unos zapatos y se acomoda el cabello como puede.

No ha durado mucho bañándose, pero si lo suficiente como para descansar todo su cuerpo. Pero, por alguna extraña razón siente un nudo en el estómago y se encuentra nervioso.

« Tengo un mal presentimiento » se dice tomando su teléfono del buró.

Cuando sale de su cuarto y cierra la puerta escucha los pasos apresurados de los trabajadores, tanto afuera de la casa como los de las personas que trabajan adentro. Temiendo que el mal presentimiento sea verdad comienza a bajar las escaleras al primer piso, justo cuando pisa el último escalón se encuentra con la mirada angustiada del peruano y de dos de los guardias de la hacienda.

— ¡S-Señor, es CDMX y también-! — antes de decir algo más el hombre solloza, no puede terminar debido su nerviosismo.

— El Sr. De la Torre nos llamo y dijo que alguien ha-había entrado por la f-fuerza a la casa de la capital para ver a su hijo — continúa el otro con la voz temblorosa, tratando de sonar más calmado que su compañero beta para no alarmarlo más de lo que ya está.

Tan pronto como terminan México camina hasta el patio y llama a los dos que le habían informado para que le sigan. Subiéndose en el auto de copiloto, el beta se sube atrás, con Perú que también está siguiéndolos, mientras que el hombre alfa se pone al volante para arrancar tan pronto como cierran las puertas.

Preocupado e igual de tembloroso que los dos guardias, Perú se muerde los labios, aunque al mirar al omega está menos tembloroso que el; México aprieta los dientes, no sabe si de miedo o de furia, tiene sus manos agarrando sus piernas fuertemente y el aroma dulzón llena el auto. Los dos guardias abren las ventanas para no sofocarse, no es muy buena idea que el auto se llene del aroma de un omega que acaba de terminar su celo.

Cuando llegan a la casa de la capital México sale inmediatamente y ni siquiera cierra la puerta, solo hecha a correr al interior de la casa para buscar a sus hijos. Allí en la sala se encuentra a Juan y a CDMX sentados en el sofá, Tlecuauhtli está en los brazos del la capital, todavía llora desconsolado y México se altera más.

— No pasó nada, están bien — dice Juan para tratar de calmar a su jefe.

México asiente pero ni siquiera le ha escuchado, se agacha a la altura de CDMX y lo abraza, cubriendo a sus dos hijos con su aroma para relajarlos. Al pasar los minutos Tlecuauhtli cesa su llanto poco a poco mientras se abraza a su hermano, el cual no para de llorar.

— P-Papá — le llama la capital, su voz se escucha ronca y débil, pero más que nada, desesperada por consuelo— lo siento papá, perdón.

— N-No pasa nada, todo está bien. No ha pasado nada — le dice México apretando más su abrazo, dándole palmadas en la espalda para consolarle — ya estoy aqui, su papá ya está aquí, no te disculpes hijo. Ya todo está bien.

Mientras México abraza a los dos menores los demás les observan, Perú se acerca poniendo una mano en el hombro del mexicano para llamar su atención, México puede sentir como la mano tiembla sobre su hombro pero ahora no le importa hace ruiditos para arrullar a sus dos hijos y así se tranquilicen.

Los otros dos guardias van a lado de Juan que también los tranquiliza y que a su vez agradecen al hombre por cuidar de la capital y del niño.

México ya escucha todo lo de alrededor, así que levanta la cabeza para mirar a los demás y les sonríe amablemente.

— Ya está bien.

[...]

Horas después.

CONQUISTANDO AL ÁGUILADonde viven las historias. Descúbrelo ahora