Capítulo IX

76 8 0
                                    

-¿Y tienes que estar enterrado o sentenciado a morir para convertirte?-Pregunté.

Él puso los ojos en blanco.

Después, estalló en risas.

-¿De dónde te sacas esas ideas?

-¡No tengo experiencia con vampiros!-Me defendí.

-¿Cómo se supone que te va a morder un vampiro si te han dado sepultura?

Caminabamos por el bosque, aunque a veces parábamos, por mí, ya que él no se cansaba nunca, recostados sobre un árbol, observando el cielo entre las extensas ramas, llenas de hojas.

-¡No creo que nada os frene!

-Si has fallecido, quiere decir que llegó tu hora, tarde o temprano...-Sonrió intentando suavizar el ambiente-Lo antinatural es esto-Se señaló a si mismo.

-Entonces, ¿quién te transformó a tí en vampiro y por qué?-Agarre un puñado de hojas secas aplastandolas con la mano-¿Hubieses preferido morir?

-Sí.-Afirmó sin pensárselo dos veces.

«Nací en Inglaterra en 1640.

Mi padre era pastor y únicamente me tenía a mí.

Aunque le encantaba meterse en cada embrollo, como persecuciones, creyendo que el mal habitaba por todas partes por culpa de seres que utilizaban la magia para su beneficio y perjudicar a los humanos.

Inocentes eran quemados a diarios. Personas, que si lo piensas igual que yo, tendrían familia, unos padres, hijos, primos, hasta mascotas... Que por culpa de gente como mi padre, morían sin que nadie externos a ellos pudiesen corroborar la verdad.

Cuando fui lo suficientemente mayor, mi padre me puso al frente de los problemas.

Mostrando ser una decepción para él, ya que yo no veía al demonio donde no estaba. Aquello no era más que mitos que se inventaba alguien que se lo contaba a otro y así de boca en boca llegaba a Londres, haciendo que la población viviese aterrada.

Al principio, escondí la verdad.

Hallé un grupo de vampiros que solamente salían de caza cuando el sol se ocultaba.

Pero finalmente lo terminé diciendo.

Con horcas y antorchas la gente se dirigió al lugar que indiqué.

Solo salió uno, que podría haber huido, pero nos plantó cara, arremetiendo primero contra mí, para después matar a dos hombres más, dejándome tirado en la calle sangrando.

Actúe por instinto, arrastrándome hasta un sótano.

Logré y no sé ni como, mantenerme en silencio pasando de inadvertido.

Cuando todo acabó y supe en qué me había convertido, me rebelé contra mí mismo, intentando destruirme inútilmente. Me tiré desde grandes alturas y hasta probé con ahogarme en el océano. Pero sobre todo, resistía el deseo de alimentarme.

Por lo que mi hambre fue creciendo. Me aleje de los humanos porque tampoco me quedaban fuerzas de voluntad.

Todas las noches me maldecía. Incluso pensé que todo lo que me pasaba lo tuviese más que merecido.

Un día, unos ciervos pasaron por delante de mi escondite, así que no dude en atacarlos, comprobando así que tenía una alternativa para no ser el cruel monstruo que amenazaba al mundo.

Despues de eso, me marché a Francia y exploré las universidades de Europa, estudiando música, ciencias y medicina, encontrando mi vocación en esta última.

El dulce sabor de La SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora