Capítulo XIV

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La camisa de Carlisle cayó al suelo.

El resto de la familia, había desaparecido en cuanto llegamos de nuevo a la casa.

Desabrochó mi sujetador, recorriendo con su lengua cada centímetro de mi piel.

-Esto en mi época, no hubiese sido posible.

-Es lo que tiene vivir en un siglo más avanzado-Reí con la voz temblorosa.

Quería ocultar el miedo que me atravesaba el cuerpo apoderándose de mí.

No dejaba de ser nuestra primera vez, para ambos y lo peor de todo, mi sangre circulaba libremente golpeando sus sentidos.

Observé durante unos segundos aquellos ojos, amarillos, antes de que sus labios se enganchasen a los míos.

No seas cobarde. Te lo has imaginado mil veces.

Mis manos agarraron con fuerza su cabello rubio, atrayéndolo más a mí, imposible estar más pegados, hasta que la falta de aire se hizo presente.

Respire agitadamente.

-No te me mueras aún-Me guiñó un ojo.

-¡Es qué eres irresistible!

-¡Tranquila!-Me aviso.

Desabrochó mi pantalón vaquero deshaciéndose de él, para después quitarse el suyo, mientras yo seguía tumbada sobre la cama.

Oh Carlisle, ¡eres todo un espectáculo!

Ver como su ropa iba decorando el suelo a la vez que su cuerpo quedaba expuesto delante de mí, era algo que ni en mi imaginación, habría sucedido.

Tenía un cuerpo, que ya quisieran muchos dioses. Pálido. Suave. Frío. Muy frío. Era como si estuviese pasando la mano por un iceberg.

La palabra perfecto se quedaba corta para describirle.

Cualquier escultor de arte desearía, con su cincel, tallar una estatua a medida de él para el mundo entero.

-Prometo no hacerte daño.-Sus palabras me sacaron de mis pensamientos.

Asentí, acomodándome mejor debajo de él.

-Te quiero, Hades.

-Yo más, Sabionda.

El dolor se hizo notable al principio, pero lo hizo con tanto cuidado, tal vez temiendo que me fuera a romper por algún lado, que después de unos minutos, el placer invadió todo mi ser.

Su boca subía y bajaba al mismo tiempo que aumentaba el ritmo de sus penetraciones.

Giramos varias veces sobre nosotros mismos, riéndonos, posando la mirada en el otro. Pasé mis dedos por su cabello despeinado.

Incluso así, hambriento a lo mejor, se veía arrebatador.

A pesar de que había clavado mis uñas en su espalda, no tenía ningún arañazo.

-¿Cuánto tiempo me das?
-Todo el que desees, señorita.
-No quiero irme de la noche a la mañana.
-Lo haremos a tu manera y yo seguiré esperando por tí, como lo he estado haciendo durante siglos.

Me senté encima de él entrelazando mis piernas a su alrededor.

En todo momento mantuvo el control y estuvo calmado, permitiéndome conocer cada rincón de su cuerpo que nunca antes había estado tan vivo como ahora.

Cada beso me sabía a poco y volvía para morder con suavidad sus labios.

Las emociones y sensaciones se mezclaron recorriendo mi columna vertebral, haciéndome explotar en un delicioso clímax.

El dulce sabor de La SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora