Capítulo XXIII

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¿Cuánto tiempo había pasado?

¿Acaso importaba eso ahora?

El fuego abrasador que había inundado cada centímetro de mi cuerpo, se iba calmando.

Ya no era tan doloroso como al principio.

Mi corazón no se había parado del todo. Latía tan despacio, que al estar cada uno a lo suyo ni siquiera lo escucharon.

Sin embargo, si que había oído cada palabra de sus bocas.

Carlisle, se culpaba por haberme matado.

Entonces, ¿por qué me sentía muy viva?

¡Cómo me hubiese gustado levantarme en ese momento y decirle que me iba a tener para él, siempre.

De hecho lo intenté. Pero mis extremidades estaban rígidas y no obedecían ninguna orden de mi cerebro. Este se habia puesto a trabajar más rápido que antes.

Era extraño.

Sentía que podía calcular la operación matemática más difícil del mundo y al mismo tiempo ponerme con varias más, sin perder el hilo de mis cálculos.

Parecía haber más espacio en mi mente.

¡Cómo si hubiese crecido!

Al pensar en ello, unas voces captaron mi atención.

-Ahí ya no hay nadie. ¡Y tus hijos te necesitan!

Eso me dolió.

-¡Me niego a creer que ya no esté conmigo!

Le habría replicado: ¡No me des por muerta, Carlisle!

Claro que ya podía vociferar todo lo que quisiese que únicamente yo, me escuchaba a mí misma.

Curiosamente, tampoco sentía la necesidad de respirar. Pero lo hacía, igualmente.

Mi cerebro sacó recuerdos que ya me había olvidado de ellos.

Mi padre presumiendo a una bebé de apenas unos meses de edad, delante de la familia.

Mi abuela ya estaba cansada de pelear con los torbellinos Archer y Cody. Se levantó de su sillón, caminando lentamente para cogerme entre sus brazos.

La de veces que le pedía que me contase la historia de cómo conoció al abuelo. Yo era el único miembro de mi familia que ni sabía apenas de él. Había fallecido hacía poco; pero mi abuela, mi padre y en ocasiones mis hermanos, hablaban de su presencia. La silla en la que solía él sentarse a la hora de las comidas, tuvo nuevo dueño: yo.

A la abuela no le importó, de hecho ella decía que él estaba contento al verme. Nunca expresaba ni una palabra referida a su marido, en pasado. Y yo, tampoco le pregunté. Aunque por dentro, me moría de ganas por saberlo.

-¿Por qué la abuela no viene a vivir con nosotros?-Inquirí.

-¡Para qué! Si no está sola-Replicó Archer.

-Yo no veo a nadie más en la casa.

-Según ella, el espíritu del abuelo, permanece dentro de la casa.

Siempre había creído que aquello fue una broma de mi hermano. Aunque, una minúscula parte de mi cerebro, realmente le pareció bonito que ella así lo imaginase. Y yo no era quien para arruinar los pensamientos de mi abuela.

De alguna manera, a mi corta edad, la entendí.

De ella aprendí el amor a la antigua.

Me gustaba llamarlo así.

El dulce sabor de La SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora