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—¿Papá? —la voz de Yoongi salió en un hilo, su corazón latía velozmente. No acostumbraba a que su padre gritara si no había pasado algo malo por lo cual sería castigado.

—¡¿Dónde estás?! —repitió aquel hombre con rudeza. Sonaba histérica, como si le hubiesen dado una noticia horrible o una tragedia hubiese azotado a la familia.

—Papá, estoy donde un amigo... —balbuceó, poniéndose de pie sin perturbar el sueño de Jimin, quien aún roncaba.

La luz solar ya no se colaba por la ventana, ahora era la luna quien se plantaba en el cielo fulgurante. Posiblemente ya eran más de las ocho.

Min no deseaba encender las luces y perturbar a su amado mientras buscaba su camisa, así que había abierto el cajón para tomar una prestada. Se le escapó una sonrisa cuando vio aquella camisa con las letras "FG" que aquel rubio le había dado en su cumpleaños y este le había prestado en su incidente en una fiesta.

—¡¿Donde Jimin?! —la pregunta sonó con tanta furia que el muchacho quedó en blanco, temblando mientras se colocaba la camisa y su sonrisa se desvanecía.

—Ya voy a casa, papá —respondió, terminando de colocarse los pantalones y tomando sus cosas.

—¡Te hice una pregunta! —sus gritos aturdían a través de la bocina—. ¡¿Estás donde la marica de Jimin?!

Sus latidos comenzaron a volverse dolorosos, sentía un frío repentino viajarle por cada vena y congelar su cuerpo. Aquella simple palabra le había hecho detenerse abruptamente. Sus pies no respondían.

—¿Qué? —su voz era tan débil que su padre debía pegarse bien el celular al oído para poder captarla.

—¡Me oíste bien! —hubo una pausa, donde solo la respiración dura y agitada de ese hombre—. ¡Yeonjun habló conmigo! ¡Ya sé que son unos fenómenos!

Su cuerpo entero no respondía ahora, su mente estaba en blanco y todo su cuerpo estaba tan helado que moverlo quemaba. Ni siquiera había llegado a casa y ya podía imaginarse como terminaría esta noche: solo, golpeado y maltratado.

—¡Te quiero en casa en cinco minutos! —fueron sus últimas palabras, y colgó el teléfono.

Yoongi se tropezó con cada escalón mientras bajaba por las escaleras, y casi cae en todo el trayecto a su auto. No sentía que tuviera el control de su cuerpo o su mente, obraba por inercia, dejándose llevar por aquel mandato que había recibido.

Condujo con agresividad, y agradecía que fuera lunes en la noche ya que las calles estaban desoladas. Se pasó todos los semáforos y giró con tanta brusquedad en las curvas que se golpeaba el brazo contra la puerta, iba como un loco.

Deseaba que, por pura casualidad, un carro se atravesara en medio y él muriera "accidentalmente".

Deseaba que una tragedia arrasara con él antes de que su padre lo hicuera.

En el auto solo podía escucharse el motor rugir con enojo y la respiración pesada del pelinegro, sonando como un suspiro atragantado, aquel que sueltas cuando estás dando tus últimos respiros. Le costaba que el aire llegara a sus pulmones.

Y todo empeoró mil veces cuando pudo vislumbrar aquel fúnebre lugar al que jamás se atrevería a llamar hogar, aquellas cuatro paredes llenas de espacio pero carentes de amor que las llenaran.

El muchacho golpeó repetidas veces el volante con sus manos, tiró de sus cabellos y rasguñó sus brazos, buscando algo para aferrarse, buscando liberar todo el estrés que lo cegaba y mareaba.

Cuando puso un pie en ese domicilio, se sintió como pasar por la entrada del mismo infierno, tenebroso, oscuro y denso.

—Te quiero arrodillado —la voz sonó entre las penumbras, proveniente del sofá. Su madre debía estar ya dormida, pues no se escuchaba a ninguna otra persona cerca.

wish you were sober | yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora