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Aquella mañana Park Jimin podía jurar que el sol irradiaba sus rayos de una manera más cálida, que todas las flores que la primavera había traído y el otoño amenazaba con pronto arrebatarle estaban más coloridas, podía incluso jurar que oía los pájaros cantar de manera sumamente alegre en aquel domingo de agosto.

No sabía si se trataba de que el clima hoy estaba encantador o su alma estaba tan alegre que era imposible encontrar lo negativo en el ambiente que lo rodeaba.

Debía admitirlo, estaba feliz. Tan feliz que le cosquilleaban los dedos de los pies y le latía el corazón de forma desesperada de solo pensar en su amado.

Estar enamorado era algo sublime, algo que la mayoría vivía y podría describir como una fantasía donde todo tomaba color y el corazón se sentía cálido ante el simple pensamiento de algo. Sin embargo, estar enamorado y ser correspondido era más que eso.

Aquella quimera era fascinante ante los ojos de cualquiera, tan irreal pero deseada. El amor recíproco, donde dos corazones conectaban y sus emociones eran una, era una ilusión ante cada ser humano que pisara la tierra.

Y Jimin había tenido la suerte de formar parte de los pocos seres que coinciden en aquellas ideas utópicas, los pocos afortunados que obtienen el amor de quien desean, obtienen la calidez del corazón que tanto aman.

Sin embargo, debía admitir que tenía miedo, era imposible negarse ante aquel sentimiento fulgurando que le apretaba el pecho bruscamente, recordando su existencia cada que la oportunidad se le daba. Tenía terror a arruinar aquel ensueño ya que él no sabía amar.

No era su culpa, si jamás habías recibido un amor verdadero, ¿de qué manera se supone que trates de entregar este a otros?

Y el pánico lo cundía ante la simple idea de dar un paso en falso y arruinar todo lo que había costado mantener una relación estable con aquel cautivador pelinegro que le había robado hasta los suspiros. No había un manual para amar, pero él deseaba al menos saber si se veía capacitado para intentarlo. Se veía necesitado de consejos.

Así que había decidido ir a preguntarle a las únicas personas que conocía que parecían amarse: Taehyung y Jungkook.

Aquel par de muchachos parecían mantener un vínculo sumamente prolijo, con un amor tan puro que desbordaba incluso cuando estaban a kilómetros. Era el amor más hermoso que Park jamás había tenido la oportunidad de ver.

Así que, luego de tomar su desayuno y dirigirse a casa del pelirrojo a pie, comenzó a divagar entre sus pensamientos, manteniendo en mente su cuestionario: ¿realmente estaba capacitado para aquello? ¿qué haría si alguna vez se presentaba una situación que no sabía manejar? ¿cómo podría saber que Yoongi realmente lo amaba y que esto se trataba de algo real?

Estaba inseguro, lleno de dudas que solo crecían más y más conforme les permitía aparecer. Era su primera relación y deseaba poder hacer lo mejor para que esta fuera duradera, para que Min Yoongi pudiera sentir el amor verdadero que tanto merecía.

Al llegar a la entrada de aquel hogar, luego de tocar dos veces la puerta con su puño, le contestó a los minutos un pelirrojo que aún vestía su pijama y lucía desaliñado. Parecía que acababa de despertarlo, pues su cabello era un desastre y su ropa estaba desordenada, como si se hubiese vestido de forma apresurada.

— ¿Jimin? Oh, no sabía que venías. Mis padres no están —avisó, limpiando con el dorso de su mano un ligero rastro de sudor que le brillaba en la frente—. ¿Pasó algo malo? Esta semana casi no nos escribiste.

— En realidad pasó algo bueno, más que bueno —dijo, con su voz colmada de nervios y sus manos moviéndose nerviosamente sobre su regazo.

No se había tomado el tiempo de comentarle a sus únicos dos amigos que era gay. No era porque no confiara en ellos, sabía que no lo juzgarían, pero simplemente no se le había dado la oportunidad y no lo veía sumamente necesario. Además, una parte de él seguía teniendo terror cuando de admitir aquello en voz alta se trataba.

wish you were sober | yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora