Prólogo.

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Las luces de colores resplandecían escandalosamente en la habitación, como un titilar arcoíris que encandilaba a cualquiera. Sin embargo, las personas bajo aquellos fuertes efectos de psicotrópicos apenas notaban el brusco cambio del color en aquel lugar; estaban demasiado ocupados besándose, bailando o charlando incoherencias.

A pesar de la esplendorosa iluminación, Jimin juraba que debía estar en una utopía, un paraíso personal en el que la cúspide de la felicidad era para él y solo para él. Debía encontrarse en alguna de esas falacias pintadas irrealmente agraciadas para que algún tonto cayera y creyera.

Debía encontrarse atrapado en un sueño ideal, lleno de fantasías que le dieran esa alegría momentánea que tanto deseaba.

—Mh, Jimin... —murmuró el pelinegro, removiéndose en su lugar, para poder acomodar su posición a una más cómoda. Afortunadamente, la escandalosa música no era tan fuerte en el pequeño baño donde se hallaban, por lo que podía escuchar a la perfección sus susurros.

No, no estaba en un sueño. Era totalmente real por la forma en la que las hebras ajenas se enredaban entre sus dedos y sus largas pestañas se movían exhaustas bajo los focos.

—¿Estás incómodo? —cuestionó, sin dejar de acariciar el negruzco cabello de Min. Este asintió con cansancio y se sentó junto al rubio, mirándole el rostro como si de una obra de arte se tratara.

—Dios, Jimin, si pudieras verte —exclamó, alargando sus dedos para tomar un mechón ajeno y mirarlo con suavidad, deslizando su mirada desde el cabello hasta las clavículas que desaparecían en la tela de la camisa.

—¿Me veo mal? —preguntó, agradeciendo a los colores de las bombillas por ayudarlo a ocultar su sonrojo.

—Te ves precioso —le susurró, acercando sus labios al oído ajeno—. El rubio es tu color.

Las mejillas le ardían en un llameante rojo y el corazón le latía rápido; sentía el aliento ajeno apestando a alcohol pero erizándole los vellos por la manera en que chocaba en su lóbulo. La electricidad que recorría su espina dorsal ante la cercanía era indescriptible.

—No sabes lo que daría por besar tus gruesos labios... —susurró Yoongi en su oído, mientras subía su mano por el torso ajeno hasta su pecho. Sus labios rozaban peligrosamente y Jimin sentía que iba a desfallecer, no podía creer que esto estaba pasando—. Quiero besarte y...

Hubo una pausa abrupta donde Min se alejó de golpe y se inclinó al inodoro, expulsando sus comidas del día de golpe.

Ahí fue cuando el cerebro de Jimin comenzó a maquinar de nuevo, cuando fuerte olor a alcohol que desprendía Min le inundó de nuevo las fosas nasales y se sintió un estúpido.

Yoongi no lo amaba, solo estaba ebrio.

wish you were sober | yoonminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora