Capítulo 7: Mirame

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La puerta se abre de golpe. Dos cuerpos desesperados ingresan al departamento a las puteadas. No le daban las manos para terminar de entrar. Le costó manejar hasta allí, le costó encontrar las llaves, le costó abrir la puerta. Le costó hacerlo con ella besándole el cuello, le costó hacerlo con ella abrazándolo, le costó hacerlo con la piel prendida fuego. Ella no paraba de provocar.

Les costó segundos comprender que, salvo que quisieran dar un espectáculo en vía pública, debían irse de allí. Los besos no alcanzaban, sus cuerpos tensos, sus manos sueltas y la promesa de una gran noche les bastó a los dos para decidir subirse al auto. Y si bien Enzo intento ser racional y hablar algo antes de dirigirse al departamento, toda su intención se perdió en el momento en que ella comenzó a acariciar su pierna y besar su cuello.

— Necesito manejar — suplicó encendiendo el auto. Ella se acomodó en el asiento del acompañante con una risita traviesa. — Ponete el cinturón, por favor.

Sin dar mucha importancia, obedeció. Los minutos que los separaban del departamento se hicieron eternos. Las risas cómplices, los pensamientos lejos, la calentura que los inundaba. La piel encendida, los estímulos constantes y cualquier movimiento eran razón para estremecerse. Al estacionar él volteó con violencia, acorralándola contra el asiento para besarla con furia.

Sus lenguas contra la otra, sus manos recorriendo la cintura de ella y las de Clara se perdiéndose bajo la remera de él. La ropa comenzaba a sobrar, sus pulsaciones se aceleraban y el calor comenzó a invadir el auto que los alojaba. Él se detiene, recorriendo con su mirada sus hombros, descubiertos producto que los tirantes de su vestido caían por sus brazos, poco quedaba a la imaginación.

— La garchada que te voy a pegar no te la vas a olvidar en tu vida — su voz ronca la provocó mucho sintiendo como su cuerpo se estremecía.

— El ego Fernández, el ego. — susurró — Quizás vos no te olvidas de mi en tu vida.

Él no dijo nada, soltó una sonrisa canchera para luego volver a besarla con profundidad. Ella respondía de la misma manera a la intensidad que él proponía, perdiéndose en sus caricias, enfocada únicamente en el placer que comenzaba a sentirse, en esa sensación que la invadía pidiéndole más.

— Vamos arriba.

De forma torpe bajaron del auto y ella se encargó de volver difícil la tarea de abrir las sucesivas puertas que los separaban del departamento. Ni bien la última se cerró con ellos dentro fue él quien se dejó llevar. La acorraló contra una de las paredes, dejando besos y mordidas en el cuello de ella provocando que algunos gemidos se le escapen.

Ella no perdió el tiempo, necesitaba ver su cuerpo. Inclusive antes de conocerlo sus tatuajes le llamaron la atención pero no podía creer la imagen que le devolvía el muchacho luego de que su remera fuera arrojada en algún rincón. No solamente era excitante la forma en la que la transpiración volvía brillante su piel, sino también la forma en la que él la miró, como queriendo devorarla en ese instante.

Su vestido no duró mucho más sobre su cuerpo. Enzo se encargó de sacarlo de un tirón dejándola tan solo con ropa interior.

— Mírame y quédate quieta — exigió él. Ella agitada, clavo sus ojos en los de él, negros, oscuros. — Quiero que me mires.

Clara asintió suspirando, haciendo un esfuerzo por no moverse. Él comienza a recorrer con su mano sus piernas lentamente, hasta llegar a su centro, el cual rodea con caricias sin tocarla donde ella quisiera. Enzo ríe ante la suplica que se forma en el rostro de la chica para luego introducir sus dedos debajo de su ropa interior y comenzando a realizar movimientos circulares.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora