Capítulo 39: No sentir nada

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Besos perdidos, la conciencia en algún lugar lejano a ese departamento. Dos cuerpos buscando mayor contacto, desesperación en los movimientos, poca cordura, mucha piel, mucha pasión. Clara no lo deja pensar al momento de abrir la puerta, ni cuando él trata de tomar el control. Enzo gruñe y se asombra al ver la resistencia que ella ejerce al intentar dejarla contra la pared del departamento, forzando a que sea él quien quede en esa posición.

Las caricias continúan, sus lenguas se funden casi que con violencia. Las manos de él recorren su cuerpo, las de ella se cuelan bajo su remera. La escena es de una pareja extremadamente deseosa del encuentro pero que a su vez no se apresuran a nada.

Clara intenta, sin disimulo, estirar esa situación. ¿Cuánto se puede disfrutar algo que no disfrutabas hace días? ¿Cuánto tiempo se puede estirar el "no pensar", el "no hablar", el tenerlo para ella, así, ahí? No estaba dispuesta a que ello acabe, pero a su vez una sensación extraña comenzaba de a poco a apoderarse de su pecho, de su cuerpo. ¿Qué se siente cuando se siente tanto? ¿Cuándo lo que da miedo es la intensidad con la que se siente?

¿Cuándo cada roce la enloquece? ¿Cuándo cada sentimiento se intensifica al punto de casi ser un disfrute tortuoso? ¿En que momento pasó? Que estaba enamorada de él lo sabia hace semanas, que el dolor que sintió ante su especie de "traición" se sintió tan o más dolorosa que las distintas traiciones de Leandro, también. Pero esa intensidad, esa agudez, esos sentimientos. Ese tenerlo, pero nunca haberlo tenido. Esa sensación de tener algo que no pertenece...

— ¿Qué estamos haciendo? — ella gime contra su oído, estremeciendo la totalidad de su cuerpo. Las manos de él recorren su espalda lentamente mientras sus ojos negros la buscan. Sus miradas chocan. El silencio es intenso, duro. Las respiraciones aceleradas y sus cuerpos deseosos de más.

— Olvidarnos de todo, Clara. Eso hacemos. No sentir nada.

Y la seguridad con la que lo dijo. La forma, la manera, la fortaleza. Él siguió besándola en el cuello, con cautela, con lentitud. Ella cerró los ojos y se decidió a disfrutar, a estar ahí, a tratar de no pensar, de correr esos sentimientos, de no hacerlo. No sentir nada. ¿Realmente él no sentía nada? Clara hubiese jurado que no era así, pero en esos momentos, donde todo se vuelve confuso, nada estaba claro. Sus manos también comenzaron a hacer lo suyo y se deshicieron de la remera y el pantalón que Enzo traía.

Él recorrió con sus labios su cuerpo, como buscando los puntos de placer que a ella la llevasen al olvido. Y pareció funcionar puesto que cuando sus labios y su boca succionaron su centro, los gemidos ganaron lugar y cualquier pensamiento oscuro en la mente de Clara se dispersó. Definitivamente Enzo sabía muy bien lo que hacia y se ocupó de ver cada movimiento de ella bajo sus estímulos. Cómo el cuerpo se le encorva, las piernas le tiemblan, los ojos se le van para atrás, la respiración se acelera. La cara de placer le causa gracia por lo que se pone de pie y la besa en la boca, arrastrándola al sillón de la sala, donde ambos se encargan de deshacerse del resto de la ropa que los cubre. Y se miran a los ojos, y se sonríen, y se ríen y es él quien la toma de la cintura con seguridad, con fuerza y deja caer ambos cuerpos al sillón.

Las estocadas comenzaron lentas, profundas y con cierta velocidad constante manejada por el morocho que se encontraba arriba. Enzo, desde esa posición, casi que buscaba con intriga los ojos de la castaña, quien se mordía con fuerza el labio inferior, casi que provocándolo para que acelere su ritmo. Él, divertido, lo sostenía.

— Dale, Enzo.

— ¿Dale qué? — sonrió mordiéndole el cuello, sin detener sus movimientos lentos.

— Más.

— ¿Más qué? — la voz de él era ronca, porque casi que ese ritmo también lo torturaba a si mismo, pero la prueba divertida de provocarla le encantaba. Clara carcajeó y, para sorpresa de Enzo, lo tomó del cuello.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora