Capítulo 32: Quererte más que a mí

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Ni bien entró al departamento de Enzo y la puerta se cerró tras ella se tiró en el sillón con algo de enojo. Había jurado no volver a hacer eso, no volver a refugiarse en un hombre, no volver a lidiar con la situación en la cual tenia que dar explicaciones, o sentir miedo, o estar buscando refugios momentáneos.

Su hermano Agustin era párrafo aparte. Desestabilizado, desencajado, era hasta incomprensible que esté de esa manera por la calle, por el mundo. No era una novedad para ella la estructura psicótica o perversa que él sufría. Lo comenzó a entender en las primeras clases de la facultad, no fue dificultoso ni mucho menos una gran incógnita: era de hecho bastante de manual, clásico, casi que cumplía todos los requisitos para el diagnóstico. Y quizá entender eso también la llevó a que el miedo sea cada vez mas grande, ya que no había forma de hacerle comprender nada, de pararle nada, de buscarle algún tipo de razonamiento.

Y Emilia era otra cuestión. Confiar en ella nunca fue una opción, ella estaba dispuesta a todo con tal de proteger a su hermano, el cual siempre estuvo implicado en la mayoría de las pelotudeces que hacia Agustin. Y aunque Joaquín, el hermano de Emilia, era un forro como todos ellos también era obvio que no hubiese permitido que sea con su hermana ese drama. Por eso, Clara no podía entender que tan implicada estaba la rubia en todo esto. ¿Desde cuando era "amiga" de Agustin? ¿Era verdad que intentó violarla o era toda una maniobra de manipulación para con Julián? ¿Emilia le tenia miedo a Agustin o simplemente lo usaba? No lo entendía, no la entendía.

Las lagrimas rodaban en su rostro sin pausa. No era algo que controlase, era sumamente inconsciente, era automático. Si bien la tranquilidad la invadió cuando entró en el edificio y estar sentada en ese sillón, a salvo, la aliviaba, no podía dejar de llorar. No era un llanto ahogado, de esos que te dejan sin aire, sino más bien un llanto pausado, angustiante, triste, profundo. De esos que no se controlan, pero tampoco te desarman, solamente suceden.

— Hola — atendió el celular al ver el nombre del dueño del departamento en la pantalla. Había olvidado avisarle que ya se encontraba ahí, aunque tan solo habían pasado unos minutos desde que ingresó.

— Me avisó el portero que llegaste — susurró Enzo del otro lado — ¿estas bien?

— Estoy bien, si — asintió con dejadez, acomodándose en el sillón. — Es cómodo tu sillón.

— Si que lo es — Clara escuchó un intento de risa del otro lado, que reconoció como falsa. — en la cocina hay comida, supongo que lo suficiente para un par de días.

— No creo que me quede mucho, Enzo. Por hoy te agradezco, pero...

— Te vas a quedar al menos hasta que vuelva a Buenos Aires en tres días. ¿Sí? — Clara suspiró. — Por favor.

El pedido agónico de las ultimas palabras le dio un poco de ternura. Porque su voz sonaba impostada, intentando ser seguro, fuerte y hablarle con tranquilidad, pero Clara podría percibir su duda, su inseguridad, su preocupación, hasta inclusive su miedo.

— Está bien — asintió, entendiendo que se lo debía. Estaba en su departamento, en su sillón, le había dado un lugar cuando no tenia exactamente donde ir. Sin hacer mas preguntas, sin decir mucho mas de lo necesario — me voy a quedar acá hasta que vuelvan.

— Y hasta que pueda verte — acotó. — esperame ahí, a penas llegue voy para allá.

— ¿Cómo les fue en el partido? — preguntó intentando cambiar de tema, a la vez que se acomodaba de lado en el sillón, con las piernas dobladas y la cabeza en la almohada.

Enzo comenzó a contarle un poco sobre el partido que habían jugado recientemente, con la voz pausada y los ojos cerrados. El relajo del cuerpo después de estar contraído, después de estar tenso, después de llevarse una contractura. Ella estaba igual, escuchándolo con los ojos cerrados y el teléfono pegado al oído.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora