Capítulo 30: Tranquilidad

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— Vos no te me escapas.

La mirada llena de lujuria que él le regaló la enloqueció. Sanamente. Las yemas de los dedos del jugador recorrían su contorno con suavidad, una suavidad que era cuasi tortuosa, porque si fuera por ella le gritaría que le hunda los dedos con fuerza en su piel. Pero Enzo parecía decidido a hacerla sufrir. La recorría con delicadeza, con lentitud. Le sacó su remera, pero tomándose su tiempo para cada pasito: levantó la tela con tranquilidad, la retiró y luego tomó distancia para mirarla con atención.

Mirar su cuerpo recubierto por el jean y el corpiño, sus curvas hermosas a la vista. Como sus mejillas se tornan de un color rojo que a él le da ternura y lo calienta a la vez. Su mirada fija en ella, en los nervios, en la manera en que se acelera su respiración.

Enzo estira su mano y baja los breteles del corpiño, envolviendo sus pechos al hacerlo y rozando con delicadeza sus pezones. Clara suspira, gime, pero no deja de mirarlo a los ojos, con serenidad, con profundidad. Cada caricia de él la enciende, la provoca, la lleva a lugares distintos. Únicos.

— Sos muy linda hija de puta — Enzo la toma de la cintura, pegando sus cuerpos luego de un par de caricias más sobre su cuerpo. Captura sus labios en un beso para nada tierno, sino mas bien desesperado. — Un poco te extrañaba.

— ¿Un poco? — el jadeo que sale de su boca al separarse de él. Rodea con sus brazos su cabeza, atrayéndolo cada vez mas contra ella. — yo creo que mucho.

La mano de Clara se coló entre sus cuerpos, a la vez que volvía a besarlo. Enzo gimió entre besos al sentir como ella comenzaba algunos movimientos dentro de su ropa. La remera de él no duró mucho, tampoco su paciencia o su aguante. Simplemente necesitaba tenerla bajo de él en ese instante, necesitaba sentirla, necesitaba descargarse. La necesitaba. Cada célula de su cuerpo se lo pedía. Y mientras Clara aun lo tocaba con descaro, él se encargo de desnudarla y también de sacarse él mismo lo que le quedaba de ropa.

— ¿Tanto te gusta provocar pendeja? — susurró con bronca. Clara esquivaba sus intentos de tocarla y no dejaba de provocarlo: continuaba sus movimientos con su mano, besaba su cuello con delicadeza y le susurraba cosas irreproducibles en el oído.

— Me encanta tenerte así — admitió ella, saliendo de su cuello para mirarlo a los ojos con picardía. Enzo sabia a que se refería: el último minuto y medio estaba entregado, casi rendido, con los ojos cerrados y gimiendo en voz alta.

— Se acabó — decretó y tomándola con furia por la cintura la empujó contra la pared. Un suspiro acompaño el impacto de la espalda de ella y el frio de la superficie. Enzo tomó sus piernas y sin mucha especulación la obligó a rodear su cintura con ellas.

Capturó su boca y buscó el punto de contacto justo para penetrarla en el momento que ella iba a decir algo, logrando que solo un gemido escape de sus labios entreabiertos. Las estocadas eran fuertes y rápidas, ella colaboraba moviéndose sobre él, lo cual lo volvía loco a la vez que la danza de los cuerpos y los gemidos de los dos se fusionaban sobre ese beso.

Hacía tiempo no se tocaban. Unas semanas al menos, Enzo la pasaba a buscar, la llevaba a lugares, hablaban de temas banales y si bien en ocasiones él la besaba en la boca, eran besos cortos y castos. Su piel, sus caricias, su calor. Eran cosas que ambos extrañaban por igual y quedó claro en el intente en que sus cuerpos se encontraron.

Y Clara recordó las palabras que se dijeron la primera noche que compartieron: "no te vas a olvidar de mi en tu vida". Quizá, solo quizá, algo de eso se volvía una realidad.

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Jueves en la tarde. El avión salía en una hora y todos los jugadores del plantel de River esperaban con cautela el viaje hacia el norte para jugar un partido el sábado. Las exigencias se volvían cada vez mayores: de allí se irían a Perú a jugar contra Alianza Lima y definir como continuar el torneo Libertadores. Enzo soñaba con levantar esa copa con el club de sus sueños, Julián ya lo había hecho unos años antes, pero la idea de reiterarlo lo volvía loco. Y ambos sabían que de esos resultados dependía su continuidad en el club rioplatense.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora