Capítulo 33: Silencio

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El silencio es una herramienta. Calma, genera tranquilidad, abstrae, permite pensar, da lugar. Pero lo paradójico de las herramientas es que suelen también funcionar como armas o como elementos que nos complican la existencia. El silencio puede hacer mucho, causar mucho, crear mucho. Puede generar enojo, angustia, lastima e inclusive incomodidad. El silencio bien utilizado es una herramienta imprescindible, se necesita, se busca. El silencio, en momentos donde lo que se espera son palabras, acumula tensión.

― Decí algo Juli, por favor ― el castaño no le quitaba la mirada de los ojos, fijamente, pero no decía una palabra. Solo lo examinaba de una manera extraña, Enzo no dilucidaba si para mal, lo cual no le permitía entender qué pensaba ― Necesito que digas algo.

― ¿Qué queres que te diga? ― se restregó los ojos con fastidio, sentándose en la cama para tomarse las rodillas con las manos con fuerza. ― ¿Qué?

― No sé, sos mi mejor amigo, algo. Decime algo por lo menos ― silencio. Angustia. Porque la manera en que Julián lo miraba le generaba angustia. ― Puteame, enojate, no sé.

― ¿Por qué carajo la nombraste a mi hermana? ― preguntó con sequedad, imaginando la respuesta. La cara de Enzo dio a entender todo, provocando que el castaño revolee los ojos. ― No. ¿Queres hablar? Ok, habla entonces.

― Hace un par de meses que con Clara nos vemos... ― susurró corriéndole la vista. ¿Qué explicar? Era complicado.

― ¿Garchan? ― Julián levantó las cejas con ironía. Enzo cerró los ojos y asintió. ― O sea, te estas garchando a mi hermana, la cual sabes que esta hecha mierda porque te lo vengo diciendo hace meses y encima de todo cagas a tu mujer con ella.

― No es tan así Julián ― se sienta en la cama, suspirando para volver a enfrentarlo con la mirada.

Entenderse con gestos en esos momentos tensos no ayuda para nada, porque Enzo puede leer algunas preguntas en los ojos de su amigo, así como también la forma en la que su cuerpo se tensa y aprieta con fuerza sus rodillas en forma de descarga. La cabeza de Julián no para de dar vueltas, sin entender, pero tratando también de intentar encontrar la lógica a toda la situación.

― ¿Y entonces cómo es? Explícame, porque quiero tratar de entender y no tener ganas de romperte la jeta.

― No sé Juli, la conocí y... ― suspiró otra vez. ¿Qué carajo decir? ― no sé, simplemente pasó. Ella es extraña, es especial. Nos conocimos en una fiesta que ella fue con Agustina

― O sea que el día que fuimos al bar, donde te pedí que vayas a hablar con ella, vos ya la conocías ― carcajeo soltando una risa amarga. Enzo asintió. ― Y el día que llegaron juntos a casa

― Si ― interrumpió ― estaba con ella.

Otra vez el silencio, la tensión, la incertidumbre. Enzo se debatía qué más decirle, qué más hacer. Porque la parte más difícil, la que lo había llevado a tomar la decisión de hablar sobre aquello, todavía no había llegado. Y Julián ya parecía querer matarlo. Sin embargo, la herramienta del silencio ayuda y si bien la cabeza del castaño era un terremoto, se obligó a si mismo calmarse.

Pelear con su mejor amigo no era una opción viable, no al menos cuando Enzo había tenido el valor de ir de frente y contarle. Si, varios meses después de que eso había iniciado, pero haberlo hecho para Julián era valorable. Porque la lealtad en todas sus formas era valorable.

― Enzo... vos estas con Valentina, tenes mil quilombos con ella ― Enzo trató de interrumpirlo, pero Julián levantó una mano para que se detenga ― No, déjame hablar. Nunca me metí, intenté siempre ser lo mas respetuoso posible con todo lo que tiene que ver con tu vida.

Claroscuro - Enzo FernándezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora