Capítulo 1: La reina secuestrada.

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El alma es la esencia del cuerpo.
De ella emana la vida.
Y cuando dos cuerpos se juntan
Las almas se unifican
Volviéndose una por toda la eternidad.

Amamos la oscuridad y las sombras que se dibujan en las paredes cuando la luz se cuela por la ventana.

Amamos mucho y muy fuerte, con ganas y emociones que se amontonan en el pecho para salir como una cascada. Desde pequeños nos condenamos a buscar cariño y a sufrir por abandonos cuya solución no está cerca de nuestras manos. Queremos y adoramos con un corazón que poco a poco se rompe por un mundo cruel y egoísta formado por almas que antes de nosotros también fueron destruidas. Y donde antes hubo ganas y esperanza, solo queda un hueco vacío que se satisface con migajas creyendo que es lo mejor que se puede conseguir.

El mundo no es para cualquiera. Se necesita un alma fuerte y valiente, e incluso unas cuantas grietas en el pecho para poder sobrellevar la vida. No es una cuestión de intentarlo o no, porque a fin de cuentas hay para quienes respirar conlleva un esfuerzo enorme y más grande que el intento de quien se levantó por la mañana para luchar la guerra.

Jamás me quise rendir ni estuvo en mis pensamientos hacerlo, incluso mientras me rendía consolaba a mis entrañas diciendome que era una parada para tomar aire antes de seguir, pero de mentiras no se soluciona nada, y ahí donde finalmente me detuve, supe que no había fuerza en mi pecho para dar un paso más.

Quizás ese era mi fin.

Quizás por la mañana mi nombre hiciera eco como la dama secuestrada y cruelmente asesinada, para después convertirse en nada más que un simple recuerdo de la boca de mis seres queridos.

Quizás ya no quedara nada de mi después de eso.

ㅡTierra somos y a la tierra volveremos—susurre por lo bajo. Mis labios ardieron, partidos por mis propios dientes nerviosos.

ㅡ¡Basta de parloteos!

Un bastón se estrelló contra mis costillas seguido de una voz gruesa que provenía de mi lado derecho. Ahogué un quejido mientras me encogía en mi asiento. A mi izquierda una segunda voz pastosa soltó una carcajada.

No sabia cuantas personas me rodeaban.

Tenía una venda en los ojos y una gruesa cadena ataba mis manos.

Tampoco sabía cuánto tiempo había pasado después de que esos tipos me golpearon al salir del baile y me subieron al carruaje. Tenía una costilla molida, un ardor extraño en uno de mis ojos y la sensación en el pecho de que podía morir en cualquier momento.

Quizás fuera mejor morir.

No sabía cuál era su intención pero presentía que no debía ser nada buena.

A Merced Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora