Lo primero que escuché esa mañana al despertar fue la voz irritante de la señora Georgina lanzando regaños al aire como si fuesen golpes de su bastón.
—¡Y ahora resulta que te crees con el derecho de elegir a tu personal! No te has conformado con poner un pie en el palacio sin tan siquiera merecerlo—tenía los ojos llameando, como si de ellos brotara fuego. Se veía furiosa y detrás de ella Charon sonreía con malicia, como toda una niña entrometida de las que caían mal por chismosa.
Iba a replicar, pero algo me decía que si musitaba una sola palabra que a ella no le gustara iba a recibir un golpe de su bastón y una charla más larga.
—Tú no eres superior a nadie. No mandas. No gobiernas. En esta casa se hace todo menos lo que tú dices, así que deja de tomarte libertades—escupió las palabras y después se giró hacia Dalila, quien estaba junto a mí con la misma pose de regaño que yo tenía—. Y tú, prepárala para la clase de hoy.
Después de soltar la orden se dio la vuelta con el rostro duro y salió de la habitación con Charon a su espalda.
—Además de zorra, perra—refunfuñó Dalila cuando la puerta se cerró.
Dejé salir la risa que había estado conteniendo en mi garganta.
—Parece una chiquilla.
¿De esas le gustaban al rey?
Creía que tenía los estándares un poco más altos.
—Ocupa refugiarse en los demás para poder defenderse—siguió quejándose mientras caminaba al armario para buscar la ropa del día.
—¿De qué será la clase de hoy?—pregunté mirándola tomar un traje marrón, semejante a los que comúnmente usaba para montar.
—Supervivencia y defensa personal—la sonrisa con que lo dijo me dio a pensar que bromeaba.
—¿Estás jugando?
—No. Estamos en guerra. Aprender eso es fundamental.
No contrapuse nada. En lugar de eso dejé que me vistiera mientras pensaba que si hubiera tomado una de esas clases antes no me habría metido en esa situación.
El traje me quedó perfectamente bien igual que el vestido de la noche anterior. Casi como un guante. Madame Francesca resultó ser una modista escepcional, casi tan buena como las que hacían mis vestidos en Inglaterra.
Dalila trenzó todo mi cabello, me maquillo ligeramente y no me dejó salir de la habitación sin el anillo de esmeraldas que Erick me puso cuando nos casamos.
Lo había guardado en un joyero considerando innecesario llevarlo puesto.
—Eres la esposa del rey y la familia real estará en el jardín durante la clase.
Abrí los ojos con sorpresa.
—¿En el jardín?
Dalila asintió.