Narra Erick.
El reino de Kinstom es gobernado por el rey, heredero al trono desde muchas generaciones atrás, y un consejo real que aprueba todas las medidas que se llevan a cabo para mantener en estabilidad el país.
En una mesa inmensa, dentro de un salón del castillo aún más grande, se sientan mi padre, el rey abdicado, su hermano, el duque de French, y los tres tipos regordetes, líderes del partido conservador, que manejaban, validaban y ejecutaban todas las medidas habladas dentro de esas paredes.
Despertarse en las mañanas con una junta urgente del consejo real no es una de las mejores maneras de recibir el día. Y menos si eso implica tener que escuchar las quejas de los miembros sobre mi matrimonio, como si no hubiera cosas más importantes que arreglar en el país.
La verdad me daban igual sus quejas. No por menos había tomado la decisión de traer a Alicia a Kinstom sin tomar en cuenta lo dicho por ellos, y eso, claramente, les había enfurecido aún más.
—Fue una rotunda falta de respeto a la corona—la voz de John estaba llena de indignación.
Sonreí. Saberlos enojados por mi invitada la noche anterior era algo que podía alegrar el resto de mi día.
—Es mi esposa y cómo futura reina del país tiene más derecho de estar en esa mesa que tú.
Mi respuesta no le dio nada de gracia.
Mi irritación hacia él y su hijo era algo bien conocido. Nadie en el castillo los toleraba, a excepción de mi padre, quien estaba ciego y no veía la envidia que le tenía.
Como siempre soltó un suspiro para defenderlo:
—Erick, sabes que te apoyo en todo lo que me pidas, pero ahora estoy de acuerdo con John. Casarte con esa mujer fue un capricho que puede poner en riesgo a la nación.
—¡Gracias por decir algo coherente!—levantó las manos en el aire, mientras se paseaba de un lado al otro en la sala de reuniones—. Si Inglaterra estaba buscando motivos para invadirnos ahora le hemos regalado uno muy válido.
—Sé lo que hago—me defendí poniendo las manos sobre la mesa y endureciendo mi gesto.
—No, no lo sabes—cortó mi padre. Suspiró llevándose la mano al punto de la nariz—. Te cedí el reino para apoyarte en tus inicios, no para ver cómo destruyes todo.
Ver la decepción en su rostro fue como sentir un cuchillo en el corazón.
—No estoy destruyendo nada.
—Yo no diría eso—volvió a meterse John—. Desde tu asenso al trono la economía a decaído, la gente ha muerto de hambre e Inglaterra nos ha declarado la guerra.
Todos mis músculos comenzaron a tensarse.
—Eso no ha sido mi culpa.
—Es consecuencia de una mala administración— mi padre se levantó de la mesa y me miró fijamente con el mismo gesto que me daba de pequeño—. Si dejamos que esa joven siga aquí en el castillo sólo lograremos que la guerra nos consuma.