Narra Alicia
Mi cuerpo ardía. No había un solo sitio en él donde no soltara un quejido de dolor cada que Dalila me ayudaba a colocarme el vestido para el ritual.
Mientras me colgaba la tela roja de los hombros y ataba las cintas del corsé, sus ojos viajaron a las heridas de mi piel pero no dijo nada. Y se lo agradecí.
Suficiente tenía con la autocompasión que me estaba dando a mí misma.
—¿Qué se siente?—pregunté de pronto, encontrando sus ojos en el reflejo del espejo.
Dalila sonrió amargamente mientras sus dientes presionaban con fuerza el labio inferior castigado.
—Como el maldito infierno. Algo arde por dentro, como un fuego que se expande por todas tus venas.
—¿Más dolor?—se me escapó con una mueca.
Asintió.
—Es el fuego del ritual, se adentra en tu cuerpo buscando cualquier cosa que le diga que eres digna de la corona.
—¿Y qué es esa cosa que busca?
—El destino, supongo.
Comencé a temblar ligeramente y ella lo sintió, porque pronto sentí su mano cubriendo la mía y sus ojos intensos atrapando los míos.
—Nada de debilidad—regañó con el rostro serio—. Eso es lo que ellos buscan. Si te miras rota les estarás dando lo que ellos quieren.
—Pero... ¿Y si la llama se apaga?
No podía sacarme ese pensamiento de la cabeza aún cuando Erick se había esforzado en hacerme sentir que todo estaba bien.
Un sentimiento de nostalgia la atravesó.
—No lo hará. No conozco a nadie que sea lo bastante digna para la corona como tú.
Terminó de atar el corsé y colocó una capa negra sobre mis hombros.
Me veía deslumbrante para estar a punto de morir el día anterior.
Tenía el cabello atado en un moño alto, el rostro finamente maquillado para ocultar mis rasguños, un vestido color sangre de mangas largas con la misma finalidad y la capa negra que resaltaba cada detalle del atuendo.
Cerré los ojos por unos segundos y pensé en las palabras de Erick.
Todo estará bien.
La señora Georgina fue a buscarnos después de unos minutos. Apareció en la puerta con el rostro bajo y unos tonos de seriedad en la mirada. Hizo una reverencia cuando me miró.
—Es hora, mi reina.
Un nudo se instaló en mi estomago.
Levanté firmemente la cabeza antes de salir de la habitación.