El Meirleach, tal y como había presumido el señor Craig, era un barco elegante de proporciones inmensas, que dejaba a cualquiera descolocado por su elegancia. Estaba recubierto de madera oscura con velas blancas que resaltan entre la inmensidad del mar.
Para ser un navío que se dedicaba al comercio, era bastante lujoso y ostentoso, no lo suficiente para compararse con uno de los barcos pertenecientes a la familia real, pero sí lo necesario para resaltar entre el resto.
La cena se sirvió en la proa, justo al aire libre, entre la brisa del mar y el canto de las sirenas.
Al centro se colocó elegantemente una mesa para cinco en la que estábamos sentados Erick, Olivia, Julian y yo, además de una mujer de mejillas regordetas a la que le colgaban una infinidad de collares en el cuello.
Tal y como era de esperarse, se habían esmerado con la comida para impresionar al rey. Había pescado en todas las maneras en las que uno se podía imaginar, una ensalada con un aderezo delicioso y una botella de vino que me dejó un sabor gustoso a uva en el paladar.
—Espero que se sienta bien recibido, su majestad—le sonrió Julian.
—Por supuesto. Mi familia y yo le agradecemos todas sus atenciones.
—Nada que agradecer. Me gusta ayudar a las personas. Jovanka, por ejemplo—señaló a la mujer en su costado—, es una gitana perteneciente a una aldea que fue saqueada por los ingleses hace unos días. Logré rescatarla y me acompaña desde entonces.
—Es un gusto compartir la mesa con un rey—sonrió Jovanka, con un acento que me resultó curioso.
—El gusto es nuestro—le respondió Erick con una sonrisa a medias.
Sabía lo que estaba pensando.
¿Qué tan lejos estaban llegando los ingleses?
¿Por qué tenían tanto afán de destruir y asesinar personas inocentes?
Cada vez estaba más decepcionada de mi nación y de lo bajo que estaba cayendo el rey Abraham por una pizca de poder.
Los recuerdos del pueblo me comenzaron a cubrir como si asemejaran una manta de humo. Opté por sacudir la cabeza y buscar conversación.
—¿Entonces es gitana?—le pregunté a la mujer.
Ella me sonrió con mucha amabilidad.
—Claro y de las buenas.
—¿Y hace ese tipo de cosas que hacen los gitanos con el té?—preguntó Olivia, interesándose por el tema. Aún llevaba el rostro serio, pero ya no se veía tan cabizbaja.
—Sé leer las hojas del té, me enseñó mi abuela, pero mi don más grande es leer las venas de las muñecas—alzó su mano al aire—. Estas delgadas líneas pueden decirme muchas cosas sobre su vida, casi como si me hablaran.