Narra Erick
—Que haya permitido que duermas entre mis brazos no quiere decir que he dejado de estar enojada—puntualizó Alicia mientras terminaba de vestirse.
La miré desde el otro lado del camarote mientras acomodaba mi cabello en el espejo.—Yo soy el ofendido. Tú eres quien dijo que quería dejarme—me defendí.
—No entiendes nada, ¿verdad?
—¡Lo egoísta!—lanzó un gruñido terminando de acomodar el vestido—. Te veo en el desayuno.
Fue lo último que dijo antes de salir por la puerta.
Sí, lo soy.
Alicia estaba furiosa conmigo. Olivia no quería verme. Todo eso mientras, entre mi equipaje, llevaba la invitación a una boda que sabía que terminaría de encender la rabia que nacía en mi mujer. También me preocupaba el acuerdo matrimonial con el rey de Kornatt, el hambre de mi gente, la salud de mi padre, la desaparición de mi hermano, la situación con Inglaterra... y todo eso me estaba consumiendo vivo.
Nadie se daba cuenta que luchaba todos los días por estar en pie y pelear por mi pueblo. Pero tampoco tenían que hacerlo, porque mi deber como rey era que no lo hicieran.
Solté un largo suspiro frente al espejo, terminé de acomodarme el corbatín y salí a desayunar. Para mi sorpresa, Olivia estaba compartiendo mesa con Alicia, el señor Craig y la gitana. Me dio alivio mirarla después de imaginar que pasaría el resto del viaje encerrada en su camarote.
Di los buenos días mientras tomaba mi lugar y olía el refrescante aroma de la fruta fresca combinado con lo salado del mar.
—Quiero disculparme por lo dicho la noche anterior, su majestad—habló Jovanka en cuanto me miró tomar los cubiertos. Se veía apenada y un poco nerviosa—. Mi intención jamás fue causarle problemas a usted o a su familia.
Negué suavemente dándole una mirada a Olivia, quien comía con la cabeza baja.
—No tiene que disculparse por nada. Lo ocurrido anoche no fue a raíz de nada de lo que usted dijo.
—¡Que Dios le pague su bondad! Le juro que no pude dormir de la preocupación.
—Nada que tenga que seguirle preocupando—interrumpió Olivia dedicandole una sonrisa suave—. Usted solo hizo lo que yo le pedí, además, ahora que hay luz de sol, me gustaría saber si puede volver a leerme las venas. Esta tarde conoceré a mi prometido y me gustaría tener una idea de lo que esperar.
La mujer la miró extremadamente dudosa, incluso me dedicó una mirada para aprobar su solicitud, pero, ¿qué podía decirle si a mi también me sorprendió su repentino cambio de actitud?
Quizás le había venido bien dormir.
—Prometo no hacer nada malo—insistió con una mirada sincera.