Capítulo 11: El arte de la guerra.

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"Bombas"

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"Bombas"

"Invasión".

Las palabras se repitieron con eco en mi cabeza.

¡BUM!, ¡BUM!

Dos explosiones más.

Sobre nosotros la tierra tembló.

Las personas gritaban pidiendo ayuda y huyendo a cómo podían.

Era una masacre y no ocupaba asomar la cabeza para saberlo.

—Necesitamos ir—levanté la cabeza para ver los ojos de Erick, que brillaban de preocupación—. Debemos ayudar a las personas.

Mi voz sonó firme pero él negó apretándome más fuerte contra su pecho.

—Los guardias ayudarán, nosotros no podemos hacer nada.

La rabia y la impotencia abrieron un hueco en mi estómago.

—¡Debemos ayudarlos! ¡y si tú no lo haces, lo haré yo!—intenté zafarme de su agarre pero su fuerza era mayor.

El guardia dejó pasar unos cuantos más y cerró la puerta con varios pestillos.

Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos con desesperación.

En mi mano yacían aplastadas las flores amarillas. Y en el corazón, poco a poco moría la esperanza junto con las vidas de los ciudadanos sobre nosotros.

—Hacemos más quedándonos aquí hasta que pase el ataque—Erick intentaba consolarme.

—No, debemos ayudarlos— sollocé aferrada a su cuerpo. Ahora, era yo quien me tomaba de él para no caer.

Sentía que la gloria se había convertido en muerte.

El pecho me oprimía, no podía respirar bien.

A nuestras cabeza aún se sentía la tierra temblar con nuevas explosiones.

—Necesitan a sus reyes—las lágrimas brotaban a montones de mis ojos.

Erick me tomó y me llevó a una de las esquinas del cuartito. Me soltó por un momento para sacarse la corona y ponerla a un costado, también se quitó el saco, y con él, nos recostó, conmigo sobre su pecho, colocándolo de manta.

Me aferré a él para amortiguar los gritos que retumbaban en mi cabeza.

Sentí su pulgar secando las lágrimas de mis mejillas y a sus brazos apretándome firmemente para darme de su cordura.

—Eres la reina más fuerte que conozco, y ellos te necesitan intacta—me consoló en un susurro.

Mi mano aún apretaba el ramo de flores.

Yo había visto los ojos de esas personas y sus sonrisas brillantes, y ellos, en mí, habían visto salvación.

—¿Ayudaremos cuando salgamos de aquí?—mi voz se amortiguó contra su pecho.

A Merced Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora