Narra Erick
— 26 muertos, 50 heridos y 6 guardias reales perdidos en batalla— leyó Hilarius en voz alta.
Sentados en la mesa del consejo, a la mañana siguiente, todos lo veíamos atentos mientras asentíamos con la cabeza.
—Sin duda una tragedia—comentó John paseándose de un lado al otro con las manos en señal de rezo—. ¿Cuántos rebeldes ingleses capturaron?
—20 vivos y 8 que murieron en batalla—respondió Hilarius.
—¿Ya los interrogaron?
—Sí, milord.
—¿Encontraron cosas buenas?
—Bastante buenas—le tendió unos cuantos papeles con los informes del interrogatorio—. Tal parece que el plan principal de Inglaterra es apoderarse de nuestro territorio para expandirse. Primero tomarán las ciudades alejadas e irán avanzando hasta obtener el palacio.
—¿Y ya en él?—habló leyendo los papeles.
Hilarius tragó grueso antes de contestar.
—Piensan asesinar al rey.
Todo mi cuerpo se congeló con esa afirmación. Era algo sabido y bastante predecible en una guerra, pero no había sido dicho por nadie en voz alta.
Claramente, lo que el rey Abraham buscaba, era mi cabeza. Quizás por la riqueza de mis tierras, lo extenso del país, las enormes rutas comerciales que podría abrir con los reinos vecinos... o simplemente para vengar el secuestro de su prometida.
—También descubrimos esto, majestad—Hilarius se dirigió a mí, entregándome una hoja doblada—, supongo que le interesará mucho.
Lo tomé con cuidado. Era un papel elegante, grueso, de color crema con algo de encaje y olía a pastel.
—Que carajo...—musité desdoblandolo.
Era una invitación para la boda del rey Abraham con una de las hermanas de Alicia.
El alma me calló a los pies.
—Lo llevaba uno de los rebeldes ingleses. Tengo la suposición de que todo el caos que montaron fue para que ese papel llegara a manos de su esposa.
La sangre hirvió en mis venas.
Casi treinta personas habían muerto, entre ellas, niños, mujeres y hombres que dejaron indefensas a sus familias, y todo por el maldito egoísmo de ese hombre, y sus ganas de querer desestabilizar a Alicia, porque estaba seguro de que cuando supiera lo de la invitación, correría el riesgo de venirse abajo creyendo que había sido la culpable.
John soltó una carcajada estridente.
—¿Entonces todo ese espectáculo fue por una boda?—se burló—, dime cuando es, no quiero perdermela.