Aquella noche tampoco dormí, me quedé en la casa improvisada que habían hecho los hombres, sintiendo el suelo debajo de todo el acolchado y escuchando a lo lejos el aullar de los lobos. Sabía que había fuego para alejar a los animales y muchos guardias se habían quedado a cuidar el campamento, pero me seguía sintiendo desprotegida.
Quería volver a mi país, con mis padres y mis hermanas. Seguro estarían preocupados por mi, sin poder dormir por estar en mi búsqueda.
—Por favor no se rindan—susurré solo para mí, abrazándome para ganarle al frío y sintiendo una lagrima que se escapó de mi ojo.
Nos levantamos a primera hora de la mañana, pero no llegamos al castillo hasta al anochecer y lo bueno que alcanzamos, porque no hubiera aguantado otra noche más a la intemperie.
Para mi sorpresa, este era enorme. Seguía viéndose verde, como todo en ese país, pero era mágico, lleno de vida y quizás de fantasmas. Tenía jardines inmensos que prometí recorrer por la mañana—si es que me daban permiso—, para perder el tiempo y no la cabeza. Los techos tenían pintura oscura pero todas las paredes eran blancas y las puertas de madera le daban el toque perfecto.
Charon y Dalila me escoltaron hacia la entrada del castillo seguidas de un par de guardias. Erick fue por delante. No dijo nada, y cuando entró le perdí la pista.
Al llegar una mujer algo arrugada con unos anteojos enormes me examinó de pies a cabeza. No había mucho que mirar. Seguro tendría hojas en el cabello y la ropa estaría manchada de tierra.
No dijo nada, solo asintió.
—¿La preparamos para la cena?—le preguntó Charon.
Los ojos de la mujer casi salen rompiendo el cristal de los anteojos.
—Por supuesto que no. Cenará en su habitación. No es digna de comer con la familia real.
Dalila sonrió. No necesité mirarla para saberlo.
La mujer no respondió más. Significaba que debíamos marcharnos, y así lo hicimos. Recorrimos un pasillo enorme repleto de pinturas en las paredes. Eran maravillosas. Tendría mucho que ver en mis ratos libres. Dimos varias vueltas, y al final nos encontramos con unas escaleras gigantes que formaban una "U".
—La derecha lleva al ala de la familia real—contó Charon. Nosotros fuimos por la izquierda—. Si gusta mañana le puedo dar un recorrido.
Aquel simple gesto fue como un abrazo y eso me hacía falta.
—No creo que eso le agrade mucho a la señora Georgina—refunfuñó Dalila.
—Será solo un recorrido. No haremos nada malo—defendió la rubia y su compañera ya no replicó. Seguro se había quedado con una mueca en el rostro.
Llegamos a otra pasillo con muchas puertas. La del fondo era la mía, lo supe por los guardias que cuidaban la entrada. Las tres entramos cerrando la puerta. No entendía por qué, pero en cuanto mis pies tocaron esa habitación me sentí segura. Todo era blanco, como en casa, a excepción del acolchado rosa pálido que se veía calientito, también tenía un escritorio, una mesita, una pequeña sala y una enorme chimenea que Dalilia se dispuso a encender mientras Charon preparaba la bañera.